MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D5D5ED.8D57E1D0" Este documento es una página web de un solo archivo, también conocido como archivo de almacenamiento web. Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos, como Windows® Internet Explorer®. ------=_NextPart_01D5D5ED.8D57E1D0 Content-Location: file:///C:/EE8DDE09/021OKBiogeografiadeislas(texto).htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="us-ascii"
La
Biogeografía de Islas: herramienta científica y
tecnológica de lo microscópico a lo universal.
Edgardo I. Garrido-Pérez1*
1Asociació Llapis i llavors (Pen= cil and Seeds), Calle Aragó 565 Bajos, Barcelona, España.<= /p>
*Autor para correspondencia. E-mail: edgardoga2@hotmail.com
Recibido: 11 de septiembre de
2019
Aceptado: 18 de diciembre de =
2019
______= ________________________________________________________________________Resumen
En Biogeografía, ‘isla’ es todo habitat propicio = para cualquier especie rodeado de un entorno que no lo es. Desde es= te enfoque, las bocas de las personas, los charcos, lagos, fragmentos de bosqu= e, plantíos, ciudades y hasta planetas se consideran islas. De acuerdo = con MacArthur y Wilson, las islas más grandes, viejas y cercanas a sitios biodiversos albergan más especies que las pequeñas, apartadas= y jóvenes. Algunas líneas de investigación emanadas de e= llo pueden estudiar los procesos de colonización de los plantíos, ganaderías y ciudades por plagas, y la efectividad del aseo personal para afrontar epidemias. Los planetas son islas sometidas a procesos de: surgimiento de la vida, especiación, extinción y aniquilaci&o= acute;n que ocurren a velocidades cuantificables con respecto a un solo tiempo cósmico: la Gran Explosión. Ello viabiliza la presentaci&oacu= te;n aquí de una fórmula sencilla para estudiar la biodiversidad universal. La Biogeografía de Islas puede orientar la inagotable creatividad humana para promover investigaciones desde lo microscópi= co hasta lo universal.
Palabras clave: biodiversidad, especiación, extinción, patógenos, plag= as.
Abstract
Biogeography calls an island to every habitat suitable for a given species being surrounded by a non-habitable zone for such a species. Thus, = the mouths and bodies of people, water pounds, lakes, forest fragments, crops, cities, and even planets can be considered as islands. According to MacArth= ur and Wilson, the larger, older islands near to biodiverse places host more species than small, younger islands located far away. Some of the exciting research lines comming out of that are: the colonization of plants and anim= als by pathogens and the ways to tackle that, the attack of crops and cities by pests, and even the effectiveness of personal hygiene for reducing the risk= s of epidemies. Planets are islands submitted to processes of: rise of life, speciation, extinction, and anihilation. Speeds of such processes are quantifiable respect to one single universal time: the Big Bang. That has m= ade possible to introduce here a simple formula for universal biodiversity= . Island Biogeography can guide the neverending creativity of humans studying life f= rom the microscopic to the universal levels.
Keywords= : biodiversity, extinction, speciation, pathogens, pests.
1 Introducción=
b>
Médicos, epidemiólogos, agrónomos, biólogos, y hasta exobiólogos figuran entre quienes pueden impulsar sus ideas mediante el trampolín que brinda la teoría= de biogeografía de islas. Todos tenemos bacterias en la boca, y cada bo= ca es una “isla” para esas bacterias. Usar enjuague bucal correspo= nde a lo que los biólogos llaman un “disturbio” que reducen drásticamente las poblaciones de esas bacterias; comer, besar y comp= artir cubiertos con otras personas son mecanismos por los cuales las poblaciones = de aquellos microbios vuelven a aumentar por migraciones “de una isla a otra”. Cuando los médicos nos aconsejan lavar bien nuestros cubiertos y no compartir los cepillos de dientes, están aplicando la= teoría de biogeografía de islas a lo más íntimo y cotidia= no de nuestras vidas. También lo hacen cuando nos invitan a guardar “prudente distancia” con alguna persona resfriada, o a taparnos= la boca al estornudar cerca de otros.
Pero ¿en qué consiste la teoría de biogeografía de islas, qué aplicaciones tiene y cuán l= ejos puede llevar a quienes renuncien a ser meros técnicos para encarar t= emas científicos de envergadura y crear tecnologías efectivas? Nad= ie parte de cero, pero el mejor modo de proponer algo relevante a cualquier ca= mpo de conocimientos es, parafraseando a Newton, encaramarse sobre los hombros = de quienes formularon las ideas más influyentes; aquellas cuya amplitud= las hizo llegar a los libros de texto. La biogeografía de islas, de R= obert MacArthur y Edward O. Wilson (1963), es una de esas ideas. Por mencionar sólo un ejemplo, la Teoría Neutral Unificada de la Biodiversi= dad y la Biogeografía, de Stephen P. Hubbell (2001), que tanto revuelo ha causado entre los ecólogos (e.g. Casemiro & Padial 2008), se fundamenta en la biogeografía de islas. Este ensayo of= rece un vistazo a la biogeografía de islas tomando como guía la pregunta arriba indicada, ilustrando el tema con ejemplos que incluyen lo médico, epidemiológico, agronómico, urbanístico= y biológico. Más aún, se ha reportado que más de = mil planetas pueden albergar formas de vida como sucede en la Tierra (Linewe= aver & Chopra 2012). Por ello este ensayo también aplica la biogeografía de islas al excitante campo de la posible biodiversidad interplanetaria y universal.
2 La
“isla” como unidad para entender la biodiversidad
Del origen de la vida a la teoría de MacArthur y
Wilson
Una vez que la vida en nuestro planeta surgió y proliferó en los ambientes acuosos, los primeros organismos se agrup= aban como consecuencia de la corta distancia entre los individuos que surg&iacut= e;an por división celular como “hijos” de otros. Mientras, a = lo lejos, quedaban organismos apartados que, cuando no perecían, se rep= roducían y formaban a su vez grupos. Pero los ambientes acuosos forman discontinuida= des, a muchas de las cuales denominamos coloquialmente “charcos”. Los charcos son buenos ejemplos de “islas” en el sentido biogeográfico del término: zonas colonizables por seres vivos rodeadas de otras que no son habitables para esos seres vivos. Conforme esta definición, los charcos funcionan como islas para las bacterias, lar= vas de insectos, algas microscópicas, y otros organismos. Entre los años 1963 y 1967, MacArthur Wilson indicaron que el número de= especies en las islas depende de los siguientes aspectos (ver también Pozo & Llorente 2001):
(a) El tamaño de la isla. Las islas m&aacut= e;s grandes tienen más espacio o variedad de hábitats disponibles, por lo cual deben acumular más especies que las islas pequeña= s. MacArthur y Wilson (1963) presentaron evidencias: el total de especies de anfibio= s y reptiles en el Caribe es mayor en las islas más
grandes. Ya en una escala más pequeña, una =
olla
de sopa olvidada a la intemperie albergará más microorganismos
que un plato de la misma sopa. También, un lago saturado de seres vi=
vos
tiene más especies que un charco también saturado; la piel de=
un
adulto alberga más microorganismos que la de un niño, y las
ciudades grandes brindan más oportunidades para que proliferen las
ratas, ratones, cucarachas y alimañas en general que las ciudades
pequeñas. Complementando lo antedicho, en las islas pequeñas =
hay
mayor mortandad por eventos repentinos que en las grandes, contribuyendo a =
que
las islas pequeñas tengan menos especies. Por ejemplo, la mortalidad=
por
desecación es más drástica para los charcos que para l=
os
lagos.
(b) La distancia desde la fuente de propágulos.= Las islas más lejanas a los sitios con seres vivos son menos accesib= les para estos que las más cercanas, por lo cual poseen menos especies q= ue las segundas. Lo antedicho incrementa los riesgos de extinción en las islas lejanas.
Epidemiología y Agronomía
Los peligros de transmisión de enfermedades dismin=
uyen
conforme aumenta la distancia entre personas. Quien está muy cerca de
alguien que estornuda se arriesga más al contagio, en comparaci&oacu=
te;n
con quienes están lejos. Quien besa los labios de una persona resfri=
ada
está reduciendo a cero la distancia entre “islas contagiadas y=
sin
contagiar”, maximizando las posibilidades de resfriarse. Aplicando el
principio biogeográfico de “a mayor separación menor
contagio”, los ganaderos minimizan los contactos de sus animales con =
los
de otras fincas para evitar pestes, y los agricultores procuran que sus pla=
ntas
no se toquen entre ellas. Por supuesto que el número y
concentración de las poblaciones de ganado y plantas no bastan como
criterios para salvaguardar la producción. Las vacas demasiado separ=
adas
ocupan mucho espacio, despilfarrando tierras y exigiendo altos esfuerzos de
arreo. Las plantas muy dispersas dejan demasiada tierra al descubierto,
aumentando el deslave y la erosión que restan fertilidad al suelo. Un
modo de contrarrestar eso, también entendible mediante la
biogeografía de islas, lo aplican los indígenas de gran parte=
del
mundo. Ellos intercalan las especies vegetales, reduciendo con ello las
posibilidades de traspaso entre individuos que puedan compartir un mismo
patógeno. Lo mismo les ocurre a los humanos que viven en sitios
forestales y remotos: al reducir el contacto entre aldeas aisladas por selv=
as
espesas, logran que el bosque funcione como un “océano
verde”, aminorando la transmisión de enfermedades.
En todo caso, es posible medir la velocidad de
“colonización” de los microorganismos. Los
fitopatólogos, por ejemplo, pueden medir, en fechas distintas, el
tamaño de las manchas de hongos o bacterias en una muestra de hojas,
extrapolarla al número de hojas o el área foliar de la planta.
Con ello se puede calcular la velocidad de ocupación de la cada plan=
ta
por los microorganismos y hasta comparar entre plantas para saber a qu&eacu=
te;
niveles de infestación se generan mayores pérdidas de cosecha.
Más aún, se pueden registrar las fechas de paso de las
infecciones de un individuo a otro, e incluso de un fin a otra, para decidi=
r en
consecuencia los modos de frenar epidemias.
3
Disturbios y cambios temporales: de los microbios al universo
Cada vez que usted se cepilla los dientes o usa enjuague
bucal, disminuye mediante un disturbio severo las poblaciones de
gérmenes en su boca. Algo similar puede decirse de la ingesta de
purgantes o antibióticos; pero también de la fumigació=
n de
casas, jardines y plantaciones: estas son perturbaciones
que reducen las poblaciones y variedad de especies
perjudiciales. Fuera del cuerpo humano, otros disturbios son la tala select=
iva,
el clareo de terrenos para sembrar y la recanalización de los arroyo=
s y
ríos. Luego de la perturbación, un sitio puede ser recoloniza=
do
en virtud de las reglas de la biogeografía de islas: los sitios leja=
nos
y de mayor superficie tardarán más en recuperar su biota. Y, =
como
las islas cambian con el tiempo, los mejores médicos piden a sus
pacientes que los visiten varias veces, a fin de monitorear los cambios de =
sus
enfermedades. También los buenos agrónomos, veterinarios y
custodios de la naturaleza procuran “auscultar” repetidas veces=
a
las plantas y animales, tanto productivos como silvestres a fin de diagnost=
icar
de manera temprana si los “enfermos” se agravan o mejoran.
Colonizaciones, extinciones y especiaciones
Para MacArthur y Wilson, el número de especies en = una isla oscila a través del tiempo desde cero especies hasta un valor máximo empíricamente determinable. Ello como consecuencia del “tira y afloja” entre los procesos de colonización de ca= da isla, por un lado, y los de extinción en la isla -por el otro (Po= zo & Llorente 2001). Cuando predominan las colonizaciones, el número de especies de la isla es alto; cuando predominan las extinciones, es bajo. Al llegar a una isla poco poblada y biodiversa, alguna especie inmigrante afronta menores riesgos de extinción, por ejemplo, porque ha escapado de los depredadores que la afectaban en su lugar de orig= en. Bajo esas condiciones, los individuos “fundadores” que han lleg= ado se reproducen entre ellos durante muchas generaciones con poco peligro de “degenerar” por endogamia. Eso permite a dicha especie seguir un rumbo evolutivo propio, originando nuevas especies; incrementando con ello = la biodiversidad en un archipiélago por encima del número de especies aportado por mera inmigración desde el “continente= 221; (Mayr 1963).
Cinética de la biodiversidad: expandiendo la biogeografía de islas a una escala universal
Los procesos de especiación y extinción dem=
oran
más tiempo que los eventos puntuales de inmigración, lo cual =
nos
invita a tomar en cuenta la dimensión temporal de los cambios de la
biota en las islas. Hay procesos rápidos, como el arribo de individu=
os
mediante inmigración. Hay alteraciones que acaecen a velocidad
intermedia, como la proliferación o extinción de especies y el
cambio de sus poblaciones a causa de los disturbios. También acontec=
en
variaciones a plazos más largos, como la transformación
geológica de las islas o la especiación, la cual abarca los
tiempos de vida de muchas generaciones. Si todo eso es verdad, entonces se
puede expandir la teoría de MacArthur y Wilson indicando que el
número de especies de las islas cambia según: el tamañ=
o de
la isla, su distancia a la fuente de propágulos, y la edad de cada i=
sla.
En concreto: las islas más viejas han tenido más tiempo para
acumular especies por inmigración y especiación, pero
también para perderlas por emigración y extinción.
A nivel universal, cada planeta funciona como una isla. E= so habilita a la teoría de biogeografía de islas para formular estimadores del número de especies de cualquier planeta y de todo el Cosmos, como MacArthur y Wilson lo hicieron para las islas terrestres. De acuerdo con los astrónomos, nuestro mundo tiene alrededor de 4500 millones de años y la vida surgió aquí de modo autóctono hace alrededor de 4000 millones de años (Martin = et al. 2006, Pascal et al. 2006). Desde entonces, en nuestro planeta se ha acrecentado la biodiversidad a través de especiaciones, y se ha redu= cido por medio de extinciones. Todos esos procesos consumen tiempo y, por ende, = se pueden cuantificar sus velocidades.
Tomando a nuestro planeta como referencia, la formación y transformaciones de la atmósfera, los líqu= idos y sólidos ambientales que contextualizan las reacciones capaces de producir vida ocurren a velocidades que abarcan centenas de millones de años (Pascal et al. 2006). Aunado a ello, algunos planetas se formaron en momentos diferentes a otros, por lo que es muy improbable que el surgimiento y permanencia de la biodiversidad en unos planetas sea simultánea al de otros. De modo que para poder aplicar la biogeografía de islas a la construcción de un marco teórico que oriente la búsqueda de vida en otros planetas, es necesario lograr que todos los cálculos de cinética de especi= aciones y extinciones operen sobre una misma escala temporal. Ello puede hacerse estandarizando la edad de cada planeta y de la vida en estos con respecto a= una sola fecha en la cual, por cierto, no existía vida alguna: el origen= del Universo; la Gran Explosión (Garrido-Pérez & Cajas 201= 7); la cual ocurrió hace aproximadamente 14000 millones de años. Así, el total de especies de seres vivos (s) para un planeta cualquiera, durante cualquier lapso medido a partir de la Gran Explosión, equivale al balance entre el número de especies surgidas por especiación (e), menos el número de espec= ies perdidas por extinción (p) en dicho lapso. Pero los planetas más viejos; es decir, los que se formaron primero, han tenido m&aacu= te;s tiempo que los planetas jóvenes, tanto para que la vida se genere (<= i>g) como para acumular especies mediante especiaciones. Así que ese tiem= po g de generación de vida tiene que calcularse tomando en cuenta la edad= de cada planeta (Garrido-Pérez & Cajas. 2017).
El planeta Tierra como ejemplo
Apliquemos lo arriba indicado tomando a nuestro planeta c= omo ejemplo. Si hemos definido a g como el tiempo necesario a partir = de la formación de nuestro planeta para que la vida surja en este, = y si nuestro planeta se formó hace aproximadamente 4500 millones de años respecto a nuestros días (Martin et al. 2006), entonces, con respecto a la Gran Explosión, la fecha de formaci&oacu= te;n de nuestro planeta ocurrió hace como 9500millones de años de = edad del Universo. Ello porque 14000millones – 4500millones =3D 9500millon= es. Por otro lado, se estima que la vida surgió aquí hace alreded= or de 4000 millones de años (Pascal et al. 2006). Así que, tomando a la Gran Explosión como referencia, tenemos aproximadamente: 14000-4000=3D10000millones de años de edad del Universo para cuando = la vida surgió sobre la Tierra. Las cifras exactas de ese cómputo pueden variar a la luz de nuevos hallazgos, pero ilustra que, para poder calcular el tiempo de generación g de la vida en nuestra “isla cósmica” con respecto a la fecha de surgimiento del universo, tenemos que restar la edad del universo cuando la vida apareció sobre nuestro planeta (llamémosle tv= i>) a la edad del Universo cuando se formó el planeta (tform)). Eso nos da la fórmula de g, la cual sirve para cualquier plan= eta:
&= nbsp; g=3Dtv-tform (1) Tiempo desde la Gran Explosión que tardó un planeta habitado en generar vida.
Para la Tierra, el planeta cuya historia conocemos mejor,
tenemos:
&= nbsp; g=3D10000millones de años–9500millones de años=3D500 millones de años.
Conforme los científicos vayan conociendo la vida =
y su
historia en otros planetas, se podrá repetir este cálculo para
esos planetas y compararlos, tanto entre ellos como con el nuestro.
El factor de acumulación de especies
Ya arriba vimos que una vez que la primerísima esp= ecie se ha generado en un planeta, la especiación hará que aumenten las especies y la extinción reducirá su número. Pero d= e la misma manera que los planetas más viejos han tenido tiempo g = para originar vida y acumular biodiversidad mediante especiaciones, tambié= ;n lo han tenido para ocurran extinciones. Así, el valor g es útil para establecer un coeficiente capaz de modificar los efectos de las velocidades de especiación y extinción. Ello a fin de proponer una fórmula que indique el número de especies que habiten cualquier planeta en cualquier momento, mediante la simple resta de= las especies ganadas por especiación menos las perdidas por extinci&oacu= te;n (Garrido-Pérez & Cajas 2017). El coeficiente que necesita= mos no puede ser el valor g, porque los coeficientes son adimensionales = (sin unidad de medida), mientras que g se mide en millones de años= . Garrido-Pérez & Cajas (2017) lograron esa adimensionalidad dividiendo g &divid= e; tv ; o sea entre el tiempo posterior a la Gran Explosión que tard&oacut= e; el planeta en generar vida. En el caso de la Tierra, ese cociente se calcula así: 500millones de años ÷ 10000millones de año= s =3D 0.05.
El valor antedicho es cómodo: tiene pocos decimale= s y no alcanza los miles de millones. Más todavía no sirve para comparar entre planetas, porque sigue dependiendo de la edad de cada planet= a, la cual es dispareja entre estos. Por fortuna para la simplificación= de nuestros cálculos, la existencia de vida es parte de un proceso cont= inuo de modos cómo reaccionan las sustancias químicas. Dicho “gradiente químico” va entre las reacciones que generan y mantienen la vida, a las cuales asignamos un valor de 1, y las que no lo logran, a las cuales asignamos valores cercanos a 0. En otros términ= os: allí donde la vida no se ha formado jamás, no puede haber ni especiaciones, ni extinciones -lo que justifica el valor 0. También, para que haya especiaciones o extinciones, tiene que haber vida (justifican= do el valor 1). Nótese que esto equivale a considerar algo que, geoquímicamente hablando, no tiene nada de simplón: sabemos q= ue no en todos los planetas las reacciones abióticas han generado vida. Así que es aceptable modificar a g ÷ tv haciendo que varíe dentro de una escala entre 0 y 1, donde 1 equival= e al logro de generar vida y 0 a la no ejecución de dicho logro para cualquier planeta. Con todo eso en mente, Garrido-Pérez y Cajas (¡por fin!) restaron 1 menos el cociente de g ÷ tv. Ello para darnos el siguiente coeficiente, al que llamaron factor de acumulación de especies (m), asociado a la ganancia por especiaciones y pérdida por extinciones:
&= nbsp; m=3D1-(g÷tv<= /sub>) (2) f= actor de acumulación de especies para un planeta cualquiera.
Sustituyendo por cifras para el caso de la Tierra, nuestra “isla cósmica” tiene en estos momentos un m=3D1-0= .05=3D0.95.
Una hipótesis para el número de especies de
cualquier planeta
Ya conociendo el factor de acumulación de especies= m, podemos establecer una fórmula que prediga el número de espec= ies (s) de cualquier planeta para cualquier tiempo (t) despu&eacu= te;s de la Gran Explosión (Garrido-Pérez & Cajas 2017).= En concreto, se modifican los valores las velocidades de: ganancia de biodiversidad por especiación, (e) menos la pérdida por extinción (p) multiplicándolas por m así: s=3D(me-mp) ÷ t. Esa fórmula se simplifi= ca así:
&= nbsp; s=3Dm[(e<= /i>-p)÷t] (3); númer= o de especies de un planeta para cualquier instante posterior a la &= nbsp; &= nbsp; Gran Explosión.
Conforme se vayan conociendo los planetas que tengan o han tenido vida, se podrán promediar los valores de sus números de especies s y calcular sus varianzas. Desde este punto de vista, s= es un parámetro calculable a partir de los inventarios de biodiversi= dad que harán los astronautas futuros; herederos profesionales de los biólogos de campo actuales. Dicho coloquialmente, se irá contestándonos a la pregunta “¿cuántas especies ocupan un planeta habitado en el universo?” La respuesta numér= ica variará conforme progresen los descubrimientos, pero será algo como lo siguiente: “En promedio tal; dentro de un rango entre este va= lor y este otro”.
De las islas al Cosmos: una hipótesis para la
biodiversidad universal
Tal cual ya se ha hecho para la Tierra, los científicos irán afinando su conocimiento sobre las fechas de formación de los planetas, así como las del surgimiento de la vida en los que la tengan o hayan albergado. Eso permitirá identific= ar cuál fue el primer planeta en todo el Universo en el que surgi&oacut= e; la vida (llamado D por Garrido-Pérez y Cajas). Así, aplicando las fórmulas aquí expuestas, se podrá estima= r el tiempo g de generación de la vida en el primer planeta que la= ha tenido, a partir de los valores empíricos de: la edad del universo cuando la vida se formó en el planeta D (tvD) y la edad del universo cuando se formó dicho planeta (tformD). Ello a su vez permitirá calcular m para el planeta D y, a par= tir de todo eso, el valor del número de especies s de dicho plane= ta.
Será una labor fascinante: la humanidad comenzará a informarse sobre el momento en que nuestra “Madre Universo” comenzó a “parir” biodiversidad. Ello con ayuda de la biogeografía de islas: visualizando al universo como un mega-archipiélago que acumula especies por especiación y las pierde por extinción. Por ende, a nivel cósmico, es legítimo dejar de llamar s para denominar S al número de especies acumuladas por dicho archipiélago, para cualquier momento después de la Gran Explosión, tomando en cu= enta las fechas de formación del planeta D y surgimiento de la vid= a en este. Tal cálculo es posible modificando la ecuación 3 de la siguiente manera:
&= nbsp; S=3DM[(E-P= )/t] (4); Número universal de esp= ecies para cualquier tiempo post
&=
nbsp; &nbs=
p; &=
nbsp; Gran
Explosión.
El valor M en dicha fórmula es simplemente = el factor de acumulación de especies m para el universo, pero tomando como edad de la vida al surgimiento de esta en el planeta D.= En cambio, las velocidades de ganancia universal por especiación (E<= /i>) y pérdida por extinción (P) se referirán no a e= se planeta, sino a todo el “archipiélago universal”. Es dec= ir, se basarán en los datos de todos los planetas que hayan albergado se= res vivos, conforme se vayan conociendo. Ánimo: pasará mucho tiem= po antes de que alguien invente excusas que dejen los amantes de la biodiversi= dad sin trabajo.
4
Conclusión
Biogeográficamente hablando, una isla es cualquier
sitio habitable por seres vivos que esté rodeado de una zona no
habitable para estos. Tal definición incluye a las islas
“verdaderas” como las Antillas, pero también a los lagos,
charcos de agua, cuerpos humanos, bocas, siembras, y hasta planetas. Todos =
esos
sitios son estudiables desde la perspectiva de la Teoría de
Biogeografía de Islas. De acuerdo con esta, la variedad de especies =
que
se encuentra en cualquier isla depende del tamaño, la distancia a la
fuente de propágulos y la edad de cada isla. Así que muchos
profesionales pueden considerar estos valores para darles utilidad. Es lo q=
ue
hacen, por ejemplo, los epidemiólogos al frenar la propagació=
n de
enfermedades por medio de cuarentenas.
Las especies que llegan a una isla pueden proliferar, o b=
ien
reducir sus poblaciones; ello depende de si se adaptan al lugar y sus cambi=
os.
A largo plazo, las especies que perduran en una isla pueden generar nuevas
especies, lo cual aumenta la biodiversidad. Alternativamente, pueden
extinguirse -reduciendo así el número de especies en la isla.
Como todos esos procesos consumen tiempo, la velocidad cambio de la
biodiversidad en cualquier isla es medible. Cuando esos tiempos se estandar=
izan
tomando como cero absolutos el origen del Universo (la Gran Explosió=
n),
se puede cuantificar el aporte de cualquier isla, incluso los planetas, a la
biodiversidad universal.
Los astrobiólogos indican que el universo contiene tantos sitios propicios para la vida, que el descubrimiento de esta fuera de nuestro mundo solamente es cuestión de tiempo (Lineweaver & Chopra 2012). Sin embargo, pasará mucho tiempo antes de que exis= tan datos de campo que permitan el uso numérico universal de la biogeografía de islas. Pero no debemos esperar con los brazos cruzad= os: Homo sapiens se traiciona a sí mismo cada vez que se conforma con lo = que ya aprendió. Estamos obligados a ensamblar una cadena generacional de amantes de la biodiversidad, no sólo porque ésta está amenazada en nuestro planeta, sino para que ideas tan elegantes como la biogeografía de islas no se esfumen antes de poderlas contrastar con= la inmensidad del Cosmos. El reto es permanente: para sobrevivir, toda ciencia tiene que atraer a los jóvenes a explorar sin miedo su propia curiosidad.
5
Agradecimientos
La Asociación Llapis i Llavors (Lápiz y semillas), Barcelona, apoyó este trabajo como parte de sus “cuadernos didácticos”.
6
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pp. 84 -
92
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