MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D806CD.653A94F0" Este documento es una página web de un solo archivo, también conocido como archivo de almacenamiento web. Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos, como Windows® Internet Explorer®. ------=_NextPart_01D806CD.653A94F0 Content-Location: file:///C:/B0564493/04NelvaArauzReyesyJonSubinas.htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="us-ascii"
Jefas de
hogar del sector informal de Panamá: el eslabón más
frágil
Informal
employment in female headed households in Panama: the most fragile link
Dra. Nelva Marissa Araúz-Reyes1, * &am=
p; Dr.
Jon Subinas2
*Autora por correspondencia: Dra. Nelva Marissa Ara&uacu=
te;z
Reyes, narauz@cieps.org.pa=
span>,
Dr.
Jon Subinas =
jsub=
inas@cieps.org.pa Recibido: 22 de noviembre de 2021 Aceptado: 14 de diciembre de 2021 Resumen<=
o:p> La
división sexual del trabajo es un factor clave de la desigualdad de
género. Esto determina a qué recursos pueden acceder hombres y
mujeres y qué espacios de toma de decisiones pueden ocupar. Esto se
refleja en las altas barreras para acceder a trabajos remunerados que enfre=
ntan
la mayoría de las mujeres. Para aquellas mujeres que logran ingresar=
al
mercado laboral, lo hacen en desventaja en comparación con los hombr=
es.
Esta exclusión se agrava cuando las mujeres acceden a un trabajo
informal remunerado[1],
con graves consecuencias para sus capacidades y su funcionamiento en la
sociedad. Utilizando datos de la Encuesta de Hogares de Propósitos
Múltiples de Panamá, creamos una tipología de hogares =
que
viven en la informalidad usando agrupaciones de dos pasos. Este anál=
isis
permite explorar si existen diferencias entre el capital económico,
social e institucional de los hogares encabezados por hombres en empleo
informal y los encabezados por mujeres en la misma situación laboral=
, el
perfil educativo y ocupacional de los jefes de hogar, y el nivel de
vulnerabilidad y exclusión que enfrentan estos hogares. Palabras clave:=
infor=
malidad,
género, sector informal, división sexual de trabajo,
exclusión social, Panamá. Abstract The sexual division of labour is a key driver of
gender inequality. This shapes what resources men and women can access and =
what
decision-making spaces they can occupy. This is reflected in the high barri=
ers
to entry into paid jobs most women face. For those women who do manage to e=
nter
the labour market, they do so at a disadvantage compared to men. This exclu=
sion
is exacerbated when women take informal employment, with severe consequences
for their capabilities and functioning in society. Using data from
Panama´s Multi-Purpose Household Survey, we create a typology of
households living in informality using two-step clustering. This analysis
allows us to explore whether there are differences between the economic, so=
cial
and institutional capital of households headed by men in informal employment
and those led by women in the same job situation, the educational and
occupational profile of the heads of households, and the level of vulnerabi=
lity
and exclusion these households face. Keywords:=
informality, gender, se=
xual
division of labour, social exclusion, Panama Introducción Entre los nudos estructurales de=
la
desigualdad de género está la división sexual del trab=
ajo
producto de un esquema patriarcal histórico, económico y soci=
al de
subordinación y dominación (Pateman, 1996; Pateman, 1995), que
establece roles de género. Estas dinámicas contribuyen a
determinar las oportunidades que tienen las personas de distinto sexo y
género para acceder a recursos materiales, así como a espacio=
s de
toma de decisiones y a la participación política (Bravo, 1998=
).
En el mercado laboral, esto se refleja en las altas barreras de entrada a
trabajos remunerados que la mayoría de las mujeres de Panamá y
América Latina enfrentan. Por su parte, las mujeres que entran al me=
rcado
laboral o que se insertan en trabajos remunerados, lo hacen en condiciones =
de
desventaja con respecto a los hombres. En general, las mujeres tienden a
ingresar a sectores de actividades de bajo valor agregado en términos
monetarios, y en ocupaciones consideradas como extensiones de sus actividad=
es
de cuidados y quehaceres del hogar (Horbarth y Gracia, 2014). Esta
división ocupacional sexo - genérica tiene impactos desfavora=
bles
sobre los niveles de ingreso y las posibilidades de movilidad social de las
mujeres. En situaciones donde la mujer se identifica a ella misma como la j=
efa
de su hogar (sola o con el apoyo de su pareja), estos impactos tienden a
extenderse a todas y a todos los miembros de la familia. En este sentido, la
segregación laboral sexo - genérica es vista en sí mis=
ma
como una forma de exclusión social. (Olivera y Ariza, 2000; Olivera y
Ariza, 1997). Esta
exclusión se agudiza cuando las mujeres pertenecen al mercado laboral
informal remunerado. La informalidad se puede entender como "todas las
actividades generadoras de ingresos no reguladas por el Estado en entornos
sociales en que sí están reguladas actividades similares"=
; (Castells
y Portes 1989, pág. 12). En general, esta informalidad laboral tiend=
e a
resultar tanto para hombres como mujeres en ingresos relativamente bajos y
limitada capacidad para acceder a préstamos e instrumentos de ahorro=
-o
bajas capacidades económicas=
para funcionar en la sociedad-, un limitado acceso a la seguridad social -capacidades institucionales- y alta
dependencia de amigos y familiares e instituciones no gubernamentales -capacidades sociales- (Subinas y
Stanziola, 2020; Nusbaum, 2011; Sen, 1980). Esto por su parte disminuye la
capacidad recaudatoria del Estado que le permitiría implementar
políticas para ayudar a regular más actividades generadoras de
ingresos, garantizar igualdad de oportunidades, aumentar las capacidades de=
las
personas, y procurar mejores procesos de administración públi=
ca. Dadas sus limitadas capacidades y
dependencias, las personas en el sector informal tienden a estar en desvent=
aja
frente a las que trabajan en el sector formal en el tipo y nivel de
participación social y política. Esto por su parte, debilita =
la
variedad e influencia de las organizaciones sociales, y supone un
obstáculo a las capacidades de los sectores más vulnerables p=
ara
defender sus intereses y necesidades. En este contexto, las jefas de hogar =
del
sector informal habitan una doble carga de gruesas y complejas barreras para
desarrollar sus capacidades y lograr su funcionamiento pleno, lo que las
convierte en el eslabón más frágil de la economí=
;a
laboral remunerada. En
este estudio realizamos un análisis de las capacidades
económicas, institucionales y sociales de jefas de hogar en informal=
idad
laboral o remunerada en Panamá. Utilizando la base de datos de la EP=
M o
Encuesta de Propósitos Múltiples (INEC, 2019), elaboramos una
serie de clústeres de hogares viviendo en informalidad laboral. Este
análisis nos permite explorar si existen diferencias entre 1) los
capitales de hogares informales liderados por hombres (jefes de hogar) con
aquellos liderados por mujeres (jefas de hogar); 2) el perfil educativo y o=
cupacional
de los jefes y jefas de hogar; 3) el nivel de precariedad y exclusió=
n de
estos hogares. Con este estud=
io,
realizamos un aporte académico singular, a la escasa literatura
existente en el país vinculada, proponiendo para ello un anál=
isis
que integra tanto la informalidad, las encuestas de hogares y una mirada de
género. Las
siguientes dos secciones presentan un breve recorrido conceptual sobre la
informalidad laboral y género. Basados en este marco conceptual, la
tercera sección describe la base de datos, operacionalización=
y
tipo de análisis elaborado para el estudio. La cuarta sección
presenta los resultados. La última sección presenta las
conclusiones y reflexiones sobre las implicaciones de nuestro anális=
is
para el diseño de políticas públicas laborales enfocad=
as
en las mujeres. El
término informalidad laboral es altamente resbaloso, lo que hace
difícil realizar comparaciones internacionales y demanda que cada
estudio especifique cómo operacionaliza este término. Por
ejemplo, organismos internacionales, como la Organización Internacio=
nal
del Trabajo (OIT), han analizado el fenómeno de la informalidad a
través de distintos términos. En la década de los sete=
nta
se difundió el término “sector informal” para
caracterizar a las empresas informales, es decir, las que no cumplen con re=
gulaciones
y prestaciones legales del mercado laboral. Luego se utilizó “economía
informal” para nombrar las actividades económicas que
existían en torno a la informalidad y que excedían a la
situación de las empresas informales. Posteriormente se fue adoptando un nuevo
término, presente en todo el mercado laboral, el del empleo informal
entendido como un puesto de trabajo no regulado, sin protección soci=
al
ni regulación laboral (Ruiz, Orpinel, Martínez y Benach 2014).
Esta informalidad se puede entender desde un enfoque social que describe es=
te
tipo de actividades productivas remuneradas como precarizadas y relacionadas
con la exclusión. Son actividades en las que están presentes
múltiples riesgos sociales, incluyendo la inestabilidad laboral prod=
ucto
de la falta de contratos o contratos temporales, de corta duración y=
de
incierta finalización, la inseguridad sobre el bienestar individual =
con
una ausencia de cobertura en salud y previsión social, con ingresos
insuficientes para cubrir las necesidades básicas y con una presencia
destacada de la accidentabilidad laboral (Blanco y Julián, 2019). En
el caso de Panamá, para sus estimaciones del empleo informal el
Instituto Nacional de Estadística y Censo incluye a la poblaci&oacut=
e;n
ocupada mayor de 15 años en todos los sectores económicos, con
excepción del agrícola. Esto toma en cuenta tanto el sector f=
ormal
como el informal u hogares durante un período de referencia determin=
ado,
basados en el trabajo principal, no contabilizando actividades
económicas complementarias. Estas estimaciones consideran todas las
ocupaciones a excepción de las personas que ejercen trabajos de
gerencia, administración y profesionales, siempre y cuando trabajen =
por
cuenta propia o como patronos. Entre la complejidad de esta definició=
;n,
el denominador común para identificar a una persona en la informalid=
ad es
la falta de acceso a la seguridad social. Según
esta operacionalización, en 2011, el porcentaje de personas consider=
adas
como trabajadores y trabajadoras informales remuneradas era 36.9%. Para 201=
9,
esta tasa había aumentado 8 puntos porcentuales, llegando al 44.9%, =
en
una época caracterizada por una desaceleración económi=
ca
producto principalmente de la culminación de varios proyectos de
infraestructura pública. En 2019, un 13% de esta informalidad laboral
estaba presente en empresas del sector formal, un 77.4% en empresas del sec=
tor
informal, y un 9.6% en hogares. Según esta misma fuente, el 44.8% de=
las
personas en la informalidad eran mujeres (INEC, 2019a). Dada la
concentración de actividad económica en la zona de
tránsito ( Para
el 2020, producto de la pandemia, la informalidad llegó al 52.8% (IN=
EC,
2020). Cuadro 1. Tasa de informalidad p=
or
Sexo y Territorio Fuente: Elaboración propia
utilizando datos de INEC (2019a) <=
/b> Hombres y mujeres (%)=
b> Hombres (%) Mujeres (%) Todo el país=
44.91 44.50 45.50 Zona de tránsito=
40.62 40.80 40.39 Provincias y comarcas=
b> 54.91 53.83 56.13 Los estudios sobre la
economía informal de la década de los setenta (Tokman, 1978;
Hart, 1973) y hasta mediados de los ochenta (De Soto, 1987) no incluí=
;an
en sus agendas, consideraciones de género ni tampoco demográf=
icas
sobre la participación de las mujeres en la economía informal.
Esto a pesar de que la informalidad se convertía en esta époc=
a en
el nicho de trabajo remunerado para mujeres de todas las edades, junto con =
la
mano de obra infantil y de la tercera edad. (Bueno, 2009). A fines de los años ochen=
ta,
con el ánimo de cuestionar la existencia de mercados segmentados y
sustentar la hipótesis de que las personas circulan indistintamente
entre actividades informales y formales, se empieza a incorporar en el
análisis las decisiones tomadas en el seno del ámbito
doméstico. Bueno (2009) indica que esto pone en relevancia las
diferencias por género y generacionales de las condiciones laborales=
de
la informalidad. Este cambio amplía el marco=
de
estudio e incluye una nueva dimensión analítica de la informa=
lidad
centrada en los estrechos vínculos entre el ámbito de la
reproducción y la producción. Es así como la
temática de género empieza a inquietar y a tener presencia, en
tanto se atendía el papel que las mujeres desempeñaban en est=
os
espacios imperceptibles, subvalorados y difusos, incluso negados por las
propias mujeres. (Buen=
o,
2009).
Desde entonces se empezó a
evidenciar, entre otras cosas que: 1) la incorporación de las mujere=
s al
trabajo informal remunerado fungió como medio de generación de
ingresos, que podían combinar con el trabajo no remunerado en el sen=
o de
sus hogares, y constituía una vía para aspirar a una
autonomía en el plano económico; 2) en ciertos casos, mujeres
trabajan en este sector por decisión propia, dado que para algunas,
sobre todo de clase media, el sector informal representa una alternativa de
obtener un ingreso fuera de las jerarquías, con frecuencia
misóginas del empleo formal; 3) en otros casos, el empleo informal de
las mujeres se da en condiciones de marginalidad y exclusión social,
ante carencias de los mínimos vitales para su subsistencia y la de s=
us
familias; 4) con independenci=
a de
la motivación que lleve a las mujeres a trabajar en este sector, hay
condiciones de desigualdad subyacentes que constituyen incluso brechas de
género más profundas que las del empleo formal tanto debido a=
la
segregación vertical y horizontal en el empleo como a las constantes
desigualdades de género asociadas al trabajo reproductivo no remuner=
ado
de las mujeres, mostrándose
inequidades en materia salarial, poca movilidad social, problemas
propios de salud e inseguridad; 5) las ocupaciones de las mujeres en el tra=
bajo
informal remunerado representan una extensión del trabajo domé=
;stico
y de cuidados no remunerado. Así, empleos en el servicio
doméstico, a destajo, a domicilio y la asistencia en pequeñas
empresas familiares suelen ser ocupadas por mujeres. Estas ocupaciones tien=
den
a ofrecer empleo precario, irregular, de poca o sin ningún tipo de
remuneración, escaso o nulo acceso a la seguridad social y una limit=
ada
capacidad para organizarse y conseguir que se hagan efectivas las normas
internacionales del trabajo y los derechos humanos (Bueno, 2009; Abramo y
Valenzuela, 2006; Fernández-Pacheco, 2003; Chant, 2007; Lund y Srini=
vas,
2000).
2.1 Detrás de las cifras =
de
informalidad laboral femenina
En Panamá, del total de la
población general económicamente activa (66.5%), se estima qu=
e la
participación de los hombres en la economía es de un 78.8% y =
la
de las mujeres de un 55.0% (INEC, 2019b).&=
nbsp;
De la población no económicamente activa, el 3%
manifestó que la razón por la cual no estaban buscando trabajo
era porque no encontraba quien se ocupase de sus hijos e hijas y un 24%
expresó, que el motivo era “otras responsabilidades
familiares”. De ese grupo de personas, el 98% fueron mujeres. (INEC,
2019c). Esta barrera al mercado laboral se ha mantenido inamovible. En 2013=
, el
99% de las personas encuestadas que reportaron no estar buscando trabajo por
tener responsabilidades de cuidado eran mujeres (INEC, 2013). De hecho, est=
os
datos guardan relación con los resultados de la encuesta del uso del
tiempo del INEC (2011), en la que se pudo determinar estadísticament=
e el
desigual uso del tiempo respecto de los trabajos domésticos y de
cuidados entre hombres y mujeres.
Los datos refieren que de la ponderación del tipo de actividad
más el tiempo que hombres y mujeres dedican a estos trabajos, las mu=
jeres
lo hacían en un 72.1 % versus un 37.1 % de sus pares hombres. “=
;Esta
situación de sobrecarga de trabajo no remunerado de las mujeres
representa un obstáculo para su plena participación en el mer=
cado
laboral” (Cepal, 2018, 2020), teniendo que trabajar remuneradamente e=
n la
informalidad o en trabajos que le permitan una flexibilidad de horarios, pe=
ro
que con frecuencia no contienen los elementos de seguridad laboral y
prestaciones sociales de los trabajos decentes (OIT, 2002), trabajos que,
además, no suelen ser contabilizados en las encuestas. Como lo ilustra el Cuadro 1, la
diferencia de la tasa de participación entre mujeres y hombres es
relativamente pequeña. Sin embargo, al no incluirse actividades
complementarias, estas estimaciones tienden a no incluir una variedad de
trabajos feminizados que se dan en la informalidad, como trabajos a domicil=
io a
destajo y el trabajo agrícola de subsistencia. A pesar de que pregun=
tas
sobre algunas de estas actividades se encuentran en las encuestas, las
estimaciones oficiales invisibilizan complejas y fragmentadas identidades y
experiencias laborales de las mujeres (OIT, 2002; Lund y Srinivas, 2000).
Por otra parte, y aunque esto
está cambiando, hombres y mujeres suelen construir distintos tipos de
redes o capital social. En este sentido, con base en los roles sociales de
género existentes y a la menor disponibilidad del tiempo de las muje=
res,
para tener una mayor participación en lo público, las mujeres
sostienen redes más ligadas a lo afectivo, generan vínculos
fuertes (relaciones de parentesco y amistad cercana) y capital social de ne=
xo.
Los hombres, por su parte, construyen redes ligadas con lo público, y
suelen construir vínculos débiles (de relación con gru=
pos
sociales con mayor poder, y/o por fuera de la comunidad) y capital social de
puente, que les permite desarrollar más oportunidades (Peterlini, 20=
11).
Como resultado, la división sexual del trabajo ubica a las mujeres e=
n un
trabajo devaluado y subvalorado para mantener su permanencia en las unidades
domésticas que producen y reproducen una mano de obra barata (Horbarth y Gracia, 2014). =
2.2
Repercusiones
especiales de las mujeres en la economía informal
2.2.1.
Salud y seguridad social
Estudios refieren las repercusio=
nes
que tienen los empleos feminizados del sector informal en la salud
física y mental de las mujeres que los realizan (Fernández y
Herrera, 2018; Vela, et al. 2018, Piñeiro et al., 2017; Aldrete, et =
al.
2005; Pulido et al, 2012; OIT, 2002, Tirado, 2014). En particular, estas tr=
abajadoras
son más propensas a riesgos de padecer quebrantos de salud, entre ot=
ras
cosas por 1) la inseguridad e=
n el
empleo; 2) tener condiciones de trabajo riesgosas, sin infraestructura ni
condiciones laborales adecuadas; 3) estar expuestas a violencia de gé=
;nero
en todas sus formas; 4) la sobrecarga de trabajo en el caso de las auxiliar=
es
familiares o cuidadoras informales (remuneradas y no remuneradas); 5) largas
jornadas de trabajo y poco descanso;
6) y en el caso de las trabajadoras sexuales, por encontrarse en alto
riesgo al contagio del VIH/sida y otras infecciones de transmisión
sexual.
Esta situación es m&aacut=
e;s
crítica por la falta de seguridad social que permita cubrir las
incapacidades médicas y la atención de salud por los riesgos
laborales que se susciten con ocasión del trabajo. De manera particu=
lar,
el hecho de que no haya una cobertura universal de la seguridad social para
personas en el sector informal ubica también a las mujeres en un may=
or
riesgo al no contar con la posibilidad de gozar de beneficios como la licen=
cia
de maternidad que les permita el descanso necesario para tener un embarazo
adecuado, sin riesgos para su salud y la de su producto mediante la cobertu=
ra
de una pensión durante el tiempo de doce semanas que dura en Panam&a=
acute;,
pero de la que puedan gozar solo las trabajadoras remuneradas del sector
formal. Asimismo, el que no haya seguridad social para el sector informal,
limita las posibilidades de que puedan acceder a una pensión de veje=
z,
condenando a estas personas al trabajo perpetuo, a la extrema pobreza y a la
dependencia absoluta en su adultez mayor.
2.2.2. Los subsidios sin fomento de=
la
autonomía de las mujeres: políticas que contribuyen a la
dependencia y pobreza de las mujeres
En Panamá, como ha ocurri=
do
en otros países de la región, se ha generado una
feminización de las políticas para reducir la pobreza en
términos cortoplacistas y enfocados en ingresos. Entre sus tantos
objetivos, estas políticas buscan generar cierto nivel de empoderami=
ento
en las mujeres. Sin em=
bargo,
su implementación no ha significado una apuesta real por su
autonomía económica, por el empleo ni por el aumento de
competencias y mejora del perfil de las mujeres ante el empleo, como mecani=
smo
que permita fortalecer su autonomía y la movilidad social de ellas y=
de
sus familiares (Corrales-Herrero et al., 2021; Budlender, 2004; Elson, 1999=
).
Por lo contrario, estas políticas se han enfocado al otorgamiento de
transferencias monetarias condicionadas o subsidios por periodos determinad=
os
de tiempo que básicamente ayudan a las mujeres a continuar cuidando a
personas dependientes, hijos, hijas, personas con discapacidad, adultas
mayores, sin que ellas tengan opciones de empoderamiento o mejora de sus
competencias (educacionales, laborales, socioeconómicas, culturales,
etc.) que les permita cambiar su realidad.
2.2.3
=
Jefaturas de mujeres del sector informal: sobrecarga,
pobreza y dependencia
El último Censo de
Población y Vivienda de Panamá del 2010 indica que, del total=
de
hogares liderados por hombres, el 77% refirió tener una cónyu=
ge
en su hogar. Sin embargo, en el caso de las jefas de hogar, sólo el =
15%
indicó que cuenta con un cónyuge. De esto se puede inferir qu=
e en
un 85% de los hogares liderados por mujeres, las responsabilidades de cuida=
dos
y quehaceres son asumidas por estas. En el caso de los hogares liderados por
hombres, en el 23% de ellos las cargas de administración del hogar s=
on
llevadas a cabo por estos (INAMU, 2019). Esto tendría implicaciones =
en
la vida de las mujeres y sus familias. (García-Calvente, 2004; Ara&=
uacute;z,
2021). En el caso de las jefas de hogar, en términos generales ellas
asumen la mayor parte de las actividades tanto productivas remuneradas como=
de
cuidadoras y quehaceres del hogar no remuneradas. Lo que las ubica en
desventaja para lograr aspirar a oportunidades laborales y económica=
s en
el sector formal o mejor remuneradas. Para las jefas de hogar en el sector
informal remunerado, es probable que estén recibiendo ingresos bajos=
, y
al no contar con seguridad social y prestaciones laborales, la jefatura del
hogar de este sector se ubica muy relacionada con la pobreza, situando a las
mujeres y las personas en su hogar en una posición de menores
oportunidades. Esto contribuye a la reproducción de la pobreza, de
generación en generación, y una inamovilidad social de las
personas que integran estos hogares. De hecho, esto aumenta su situaci&oacu=
te;n
de dependencia, viéndose las mujeres compelidas a solicitar apoyos
económicos de sus redes de amistades y familiares (Peterlini, 2011) =
o de
los mecanismos estatales disponibles para poder así satisfacer las n=
ecesidades
básicas propias y de sus familias.
Nuestra investigación tie=
ne
un enfoque materialista sobre la teoría de las especies de capital en
las ciencias sociales. Partimos de la suposición de que existe una
asimétrica distribución del poder económico y simb&oac=
ute;lico
y esto genera diferentes posibilidades de tener acceso a diferentes formas =
de
capitales (Bourdieu, 1988). Este planteamiento difiere de otros enfoques
más idealistas que entienden que la participación en ciertas
redes relacionales de confianza y reciprocidad puede constituir una forma d=
e empoderamiento
per se, generando más cohesión social e incluso más
democracia, sin tener en cuenta el estatus social (Putnam, 2000).
En el estudio se operativizan tr=
es
especies de capital: social, institucional y económico: a) el capital
social proviene de vínculos relacionales más fuertes, como son
las redes de proximidad como amistades, familiares y vecinos/vecinas (Colem=
an,
1988). Estos capitales se operativizan como ayudas de personas que no viven=
en
el hogar o de organizaciones no gubernamentales. Se materializan en regalos,
dinero y otra serie de estimaciones de valor (alimentación, ropa,
artículos escolares, etc.); b) el capital institucional es un capital
híbrido entre los capitales sociales y los capitales económic=
os.
Lo definimos como una ayuda económica gubernamental disponible a las
personas en situación de vulnerabilidad, pero el disponer de una
adecuada conectividad social supone un componente importante para disfrutar=
de
ella. Esto parte de la suposición de que las personas deben mantener
vínculos fuertes con gente con la que tiene débiles apegos
relacionales (como autoridades y líderes sociales, políticos y
religiosos) para solicitar su apoyo en la resolución de problemas
económicos. Esto es una situación más evidente en
países con débiles sistemas de administración
pública, como Panamá, y que requieren de estos vínculos
para incrementar la posibilidad de recibir fondos o apoyos que legalmente l=
es
corresponden.
Lo anterior supone que las perso=
nas
encuestadas invierten tiempo u otros recursos para crear nexos lo
suficientemente sólidos con estas instituciones, de modo que puedan =
brindarle
retornos a largo plazo en forma de favores, apoyo económico o alguna
forma de posicionamiento social. Este tipo de capital híbrido se
operativiza en diferentes subsidios y pensiones alimenticias; (Subinas y
Stanziola, 2020; Granovetter 1973); y, por último, c) el capital
económico proviene de ingresos laborales, de propiedades financieras
(ahorros, inversiones, préstamos, propiedades inmobiliarias) entre
otros. Aunque este capital
esté relacionado con el social, mantiene una lógica
autónoma a las otras dos especies de capital (Uchiyama 2019 y Lustig
2001). En la investigación se operativiza como capitales
económicos a los ingresos que provienen del trabajo, de alquileres,
agropecuarios, y del autoconsumo.
Conforme a nuestra hipóte=
sis
inicial, como lo indicamos en las secciones anteriores, los hogares liderad=
os
por mujeres que habitan la informalidad tienden a poseer menor capital
económico que otros tipos de hogares. Igualmente, estos hogares tien=
den
a depender más del capital institucional y el capital social. Todo e=
sto
contribuye a limitar las capacidades que estas mujeres y las personas que v=
iven
con ellas necesitan para cubrir sus necesidades más básicas,
asegurar su bienestar y crear oportunidades de movilidad social.
Para explorar si y cómo e=
stas
dinámicas se manifiestan en hogares de Panamá, utilizamos la =
base
de datos de la EPM (INEC, 2019). Esta encuesta contiene información
sobre más de 40,000 personas en 11,934 hogares. Por el tamaño=
de
la muestra y con más de 80 preguntas, esta base de datos nos da una
adecuada flexibilidad y profundidad de información para explorar los
diferentes niveles de capital por tipo de hogar (liderado por una jefa de h=
ogar
versus un jefe de hogar) que habitan la informalidad laboral. En particular, exploramos si exist=
en
diferencias de uso de capitales entre hogares informales; 2) el perfil
educativo y ocupacional de los jefes y jefas de hogar, y 3) el nivel de
precariedad de estos hogares. Utilizando las preguntas de la EPM, operacion=
alizamos
nuestros conceptos como se describe en el Cuadro 2.
Cuadro 2.
Descripción y operacionalización de variables
Variab=
les |
Descri=
pción |
Operac=
ionalización |
Result=
ados
de la operacionalización |
Hogares en la informalidad |
Hogares con por lo menos una
persona realizando actividades económicas por remuneración =
sin
que miembros del hogar reciban protección social. |
Hogares con por lo menos una
persona mayor de 15 años declarando estar ocupada, pero nadie en el
hogar recibiendo la cobertura de pensiones, jubilación o servicios=
de
salud de la Caja de Seguro Social.
Atendiendo a las limitaciones de la literatura, nuestra
operacionalización incluye personas en el sector agrícola p=
ara
mejor capturar las dinámicas económicas de los hogares de l=
as
provincias y comarcas. |
Esta operacionalización
arroja una muestra de 2,307 hogares. Es decir, 19.3% de los hogares en la
encuesta habitan la informalidad. |
Capital
económico |
Incluy=
e 1)
nivel de acceso al mercado laboral, 2) capital financiero (ahorros,
inversiones, préstamos de bancos o propiedades) o acude a un
prestamista. |
Ingres=
os
en dólares de 1) trabajo fijo, 2) trabajo no fijo, 3) alquileres, =
4)
agropecuarios, 5) atendiendo a las limitaciones encontradas en la literat=
ura,
incluimos el valor estimado de la producción de autoconsumo o
sobrevivencia. |
Los
hogares informales reciben en promedio $631.74 en capital económic=
o.
Para los hogares clasificados como formales (n=3D9,627), este promedio es=
de
$1,310.87, más del doble de los informales. |
Capital
institucional |
Esto i=
ncluye
apoyos de instituciones gubernamentales |
Efecti=
vo
entregado por medio de los siguientes programas: 1) 120 a los 65 (para
personas mayores de 65 años que no reciben jubilación o
pensión de la Caja de Seguro Social), 2) Ángel Guardi&aacut=
e;n
(para familias con niños, niñas y adolescentes con
discapacidades), 3) Red de oportunidades (transferencia condicionada diri=
gida
a jefas de hogar), 4) Becas privadas, públicas y universal, 5)
Subsidio habitacional, 6) Subsidio
alimenticio, 7) Bono familiar para alimentos, 8) Pensión
alimenticia, 9) Subsidio para insumos agropecuarios. |
Los hogares informales reciben=
en
promedio $83.37 en capital institucional. Para los hogares en la formalid=
ad
laboral, este promedio es menor, $55.86, en línea con lo que indic=
a la
literatura. |
Capital
social |
Incluye
apoyo de personas que no viven en el mismo hogar y organizaciones no
gubernamentales. |
1) Din=
ero
2) Estimación en dólares del valor de alimentación
escolar 3) Estimación en dólares del valor de
alimentación 4) Estimación en dólares del valor de
regalos 5) Estimación del valor en dólares de ropas, calzad=
os,
artículos escolares y otros. |
Los hogares informales reciben=
en
promedio $41.39 en capital social. Para los hogares en la formalidad labo=
ral,
este promedio es mayor, $68.58. Esto sugiere que hay menos disponibilidad=
de
capital social entre hogares informales, pero una ligera mayor dependenci=
a.
En promedio, 5.5% de los ingresos totales de hogares informales provienen=
del
capital social. Esta cifra es de 4.8% para los hogares en la formalidad
laboral. |
Jefe o
jefa de hogar |
La per=
sona
reconocida como tal por las demás personas que componen el hogar
independientemente del proceso de toma de decisiones y su contribuci&oacu=
te;n
económica. |
Se crea
una variable dummy de 1=3DJefa de hogar y 0=3DJefe de hogar |
26.3% =
de
los hogares en la informalidad identifican a una mujer como jefa de hogar.
Esta proporción es más alta en hogares en la formalidad
laboral, 34.1%. |
Ocupac=
ión |
Activi=
dad
económica de la persona identificada como jefe o jefa del hogar |
Diferente a los ingresos, esta
categoría captura solamente la ocupación principal del jefe=
o
jefa de hogar. |
67.4% de las personas
identificadas como jefes o jefas de hogar tienen por ocupación
principal 1) la construcción, 2) comercio al por mayor y menor y
alojamientos y 3) servicio de comida. Para las jefas de hogar, el panoram=
a es
incompleto. 23.9% residen en la base de datos sin una clasificació=
n de
ocupación (comparado a 4.5% para los jefes de hogar). Del resto, l=
as
tres ocupaciones principales están en 1) servicios y vendedores de
comercios y mercados, 2) trabajadores no clasificados, y 3) artesanos y t=
rabajadores
de construcción, manufactura, mecánica y ocupaciones afines=
. |
Educac=
ión |
M&aacu=
te;s
alto nivel de educación formal de la persona identificada como jef=
e o
jefa del hogar |
Nivel de educación
incluyendo: sin estudios, primaria completa e incompleta, secundaria comp=
leta
e incompleta y estudios universitarios completos e incompletos. |
El 22.7% de los jefes y jefas =
de
hogares en la informalidad laboral reportan haber por lo menos completado=
la
secundaria. Esta proporción es superior para las mujeres, al 24.9%=
. |
Indica=
dor
de vulnerabilidad |
Capaci=
dad
de cubrir las necesidades de subsistencia de la familia. |
Basados en 8 preguntas de la E=
PM
sobre experiencias y vivencias del hogar de no tener suficiente dinero o
recursos para poder comer. Cada respuesta afirmativa por hogar recib&iacu=
te;a
un punto. Los hogares menos vulnerables reportaron un valor de 0 en este
indicador. Los hogares más vulnerables reportaron 8. |
El promedio de este indicador =
para
todos los hogares en la informalidad laboral es 2.30. Para los hogares con jefas de
hogar este indicador es 20% mayor a 2.76. Para los hogares en la formalidad
laboral, este índice es de 1.41 |
Territ=
orialidad |
La
informalidad realizada dentro de la Zona de Tránsito en
comparación a las comarcas y el resto de las provincias |
Se crea una variable dummy con=
1 =3D
hogares en la Zona de Tránsito (Colón, Panamá y
Panamá Oeste) y 0 =3D resto del país. |
El 67% de los hogares en la
informalidad laboral está ubicado fuera de la Zona de Tráns=
ito.
Esta proporción se mantiene al dividirse por jefatura de hogar. |
El
cuadro 2 muestra evidencia de las diferencias entre hogares formales e
informales. Por ejemplo, los hogares formales poseen 107.5% más capi=
tal
económico que los hogares informales. Por su parte, los hogares
informales utilizan más el capital social e institucional (una
diferencia entre informales y formales de 65% y 49% respectivamente).
Finalmente, nuestro indicador principal de vulnerabilidad es 63% menor para=
los
hogares formales que los informales. Estas cifras indican que en general la
situación para los hogares en la informalidad laboral es más
precaria que para los formales. Nuestro análisis de ahora en adelant=
e se
concentra en entender cómo esta situación varía dentro=
de
la informalidad y si el género de la persona que se identifica ejerc=
e la
jefatura del hogar afecta estas variaciones.
Para
generar respuestas a nuestras preguntas, los datos fueron analizados realiz=
ando
un análisis de clúster en dos pasos. Esta técnica hace
posible encontrar patrones de agrupamiento, lo que a su vez permite descubr=
ir
la manera en que los hogares se aglomeran o diferencian entre sí. El
análisis de clúster estima las similitudes entre hogares a
través de la correlación (en términos de distancia o a=
sociación)
de las diferentes variables de interés. Una de las ventajas de este =
tipo
de análisis es que no requiere la especificación de causalida=
des.
En este sentido, no es necesario especificar variables dependientes o
independientes, permitiendo un tratamiento exploratorio de estas. Esto nos =
da
la capacidad de no suponer a priori que hay una diferencia entre los tipos =
de
hogar de interés para este estudio. El análisis permite indic=
ar
el número de grupos que se buscan crear. Para nuestros propós=
itos
exploratorios, no establecimos un número determinado de grupos.
3.1.
Limitaciones del estudio
El tipo de análisis que
realizamos permite enfocarnos en dinámicas muy específicas de
estos hogares para entender mejor sus condiciones económicas y de
bienestar. Sin embargo, este mismo enfoque nos impide realizar un estudio d=
esde
una mirada interseccional que permita llevarnos a reflexionar sobre la mane=
ra
en que se produce la desigualdad de género en los hogares y có=
;mo
se desarrolla en la interacción con una serie de otras variables de
diferenciación social, como la etnia, la edad, la clase, la
ubicación, la orientación sexual, la identidad de géne=
ro,
la capacidad, entre otros. Esta complejidad es importante porque se compren=
de
que las mujeres no son un grupo universalmente homogéneo y definido,
sino que atraviesan diferentes dimensiones y opresiones. (Cabezas, 2017;
Castellanos y Jubany, 2017). =
Por otra parte, las reglas de
protección social en Panamá son complejas y difíciles =
de
interrogar tanto desde los datos administrativos de la Caja de Seguro Social
como de la EPM. Por ejemplo, una mujer encuestada puede declarar no ser una
asegurada y podría aparecer en la encuesta como si no estuviese cubi=
erta
por este sistema. Sin embargo, cabe la posibilidad de que esta persona, como
esposa o pareja de un asegurado directo sea beneficiaria del sistema. Por o=
tro
lado, un hombre no tendría esa opción. Una de las razones por=
las
cuales este estudio se enfoca en hogares (en lugar de individuos) y utiliza=
la
definición de informalidad escogida es para reducir los posibles ses=
gos
que producen las reglas de este sistema. Esto nos presenta otra limitante. =
La
encuesta de mercado laboral y la EPM de Panamá no incorporan una
perspectiva de género en su diseño e implementación. En
este proyecto de recolección de datos se posicionan los hogares con =
el
imaginario estereotipado de la familia nuclear - patriarcal, en donde hay u=
na
persona que es jefe o jefa del hogar, sin considerar los cambios que las
familias han tenido en el tiempo y que hoy día constituyen unidades
más complejas, con diferentes formas de integración e interac=
ción,
en donde incluso, no se consideran los títulos de jefatura en sus
dinámicas habituales (Geldstein, 2003). Igualmente, a lo interno de =
las
familias hay relaciones de poder y de género que no son consideradas=
en
la forma de aplicar las encuestas, sino que se suelen entender los hogares =
como
un grupo homogéneo y armónico de personas, dirigidos por uno =
de
sus miembros quien se presupone vela por los intereses de las familias, baj=
o el
entendimiento de que si el desarrollo llega al jefe de la familia, llegar&a=
acute;
a las y los demás integrantes, por ende, en muchas ocasiones basta c=
on
preguntarles a estos jefes, invisibilizando el pensar y sentir de sus
demás integrantes (Kabeer, 1996).
Basados en 1) capital
económico, 2) capital institucional, 3) capital social, 4)
categoría de jefatura de hogar; 5) ocupación; 6)
educación; 7) nivel de precariedad, y 8) lugar de residencia, tres
diferentes categorías o clústeres surgieron de 2,307 hogares =
en
la EPM. Los resultados indican que 2 de las 8 variables (jefatura de hogar y
lugar de residencia) tienen un alto y similar peso (1.0) en la
elaboración de los clústeres. Por su parte, ocupación
(0.65) y nivel de educación (0.53) tienen un peso importante en la
creación de los grupos. El resto de las variables tienen un nivel de
importancia menor de 0.20, con el nivel de vulnerabilidad como la variable =
que
menos contribuye a la creación de los clústeres.
Esto lleva a la creación
automáticamente de tres clústeres de hogares en la informalid=
ad
laboral:
1) Jefas de hogar (n=3D 671 – 88.9% de los hogares en este grupo identifican a =
una
mujer como la jefa de hogar y 67.8% residen en las provincias).
2) Jefes de hogar (Provincias y comarcas=
) (n=3D1,075 – 100% de los hogares=
de este
grupo identifican a un hombre como el jefe de hogar, 100% residen en la Zon=
a de
Tránsito,)
3) Jefes de hogar (Zona de Tránsi=
to)
(n=3D561 –98% jefes de hogar,=
97.3%
residen en la Zona de Tránsito)
4.1.
Características de los clústeres
El
clúster Jefas de Hogar muestra, en promedio, el número m&aacu=
te;s
alto de mujeres y personas con discapacidades residiendo en el hogar (ver
Figura 1). Sin embargo, es el grupo Jefes de Hogar (Provincias y comarcas) =
los
que muestran, en promedio, el número más alto de personas men=
ores
de 15 años y de personas ocupadas en el hogar. Es importante anotar
nuevamente que identificarse como Jefa de Hogar no significa que las mujeres
que se identifiquen como tal no tengan cónyuges o estén solas,
pero sí existen diferencias importantes entre los grupos.
En los dos grupos Jefes de Hogar=
el
90% reporta estar casado o unido. En el clúster Jefas de Hogar esta
proporción es de solo del 51.9%. Esto nos ofrece una situación
diferente a la presentada por el Censo 2010. Es poco probable que se hayan
dados cambios significativos en este período y la diferencia se pueda
explicar con la forma como esta variable es definida y aplicada. Los result=
ados
del análisis de clúster donde automáticamente surge una
categoría compuesta mayormente por jefas de hogar y las otras dos ca=
si
exclusivamente agrupa a jefes de hogar brindan validez y matices a la
clasificación de estas personas como tales y a nuestra propuesta ini=
cial
de que las consideraciones de género crean diferencias de resultados
entre los hogares informales.
Figura
1. Características de =
los 3
clústeres
4.2. Diferencias en capitales
Como
lo muestra la Figura 2, el clúster de Jefas de Hogar reporta el nive=
l de
capital económico más bajo. Sin embargo, este mismo
clúster indica ser el que más utiliza el capital instituciona=
l y
social. Entre los 2 clústeres de Jefes de Hogar, el lugar de residen=
cia
juega un papel importante en su capital económico.
De
los 3 grupos, el de Jefe de Hogar (Provincia y comarcas) depende más=
de
la producción de autoconsumo y subsistencia. Para este grupo, esta f=
orma
de brindar recursos a los miembros de su hogar constituye en promedio el 19=
.71%
de su capital económico. Para el grupo de Jefas de Hogar esta
proporción es de 11.67%. Para el grupo de la Zona de Tránsito=
es
solo el 6.0%.
Esta
proporción cambia marcadamente para dos de estos grupos luego de inc=
luir
el capital social e institucional en sus ingresos totales. Mientras que par=
a el
clúster en la Zona de Tránsito este porcentaje solo se reduce=
en
1.7 puntos porcentuales, para el clúster de Jefas de Hogar la
disminución es de 6.26 puntos porcentuales. Para el otro clús=
ter
de Jefes de Hogar, la mejora es de 8.56 puntos porcentuales. Esto apunta al
valor del capital social e institucional en resolver problemas
económicos y de fallas del mercado laboral, por lo menos a corto pla=
zo.
Figura 2. Capital económico,
Institucional y Social por Clúster
Estas
diferencias de capital se reflejan en el nivel de bancarización de e=
stos
hogares. El clúster de Jefes de Hogar (Zona de tránsito) repo=
rta
el promedio más alto del porcentaje de personas en el hogar con cuen=
tas
bancarias (11.9%). Esta proporción es de 6.1% y 5.5% para el
clúster de Jefas de Hogar y Jefes de Hogar (Provincias y comarcas)
respectivamente. Esto se traduce en barreras para el clúster de Jefa=
s de
Hogar para ingresar al mercado de préstamos. Mientras que en promedi=
o el
9.7% de las personas en los hogares del clúster Jefes de Hogar (Zona=
de
tránsito) tienen deudas con instituciones bancarias, financieras o
cooperativas, esta proporción es de solo el 5.6% para el clús=
ter
de Jefas de Hogar.
La
Figura 3 confirma la importancia del capital social para los hogares con je=
fas
de hogar. El clúster Jefas de Hogar, que representa el 29.1% de la
muestra, recibe 48% del capital social que reportan los hogares en la
informalidad laboral. Sin embargo, el clúster Jefes de Hogar (Provin=
cias
y comarcas) es el que recibe la mayor proporción de capital
institucional. Como se anticipaba, la mayor proporción de capital
económico es reportada por
el clúster Jefes de Hogar (Zona de Tránsito).
Figura 3. Distribución =
de
capitales entre clústeres
4.3. Ocupación y
educación
51.5%
de los hogares en el clúster Jefas de Hogar reporta como
ocupación principal 1) trabajos de servicios y venta de comercios y
mercados, 2) trabajos no calificados y 3) artesanas y trabajadoras de la
minería, la construcción, la manufactura, la mecánica y
operaciones afines. Esto es un contraste profundo al clúster Jefe de
Hogar (Provincia y Comarcas) donde el 53.2% reporta ser agricultores y
trabajadores agropecuarios, forestales, de la pesca y caza. Finalmente, en =
el
clúster de Jefe de Hogar (Zona de Tránsito), 51.2% reportan
ocupaciones de 1) agricultores y 2) artesanos y trabajadores de la
minería, construcción, manufactura, mecánica y ocupaci=
ones
afines.
Más
relevante, en términos de actividad económica principal, el 9=
.1%
del clúster de Jefas de Hogar reporta actividades de los hogares como
empleadoras; actividades no diferenciadas de los hogares como productoras de
bienes y servicios para uso propio. Este porcentaje es de 0.3% y 0.7% para =
los
otros dos clústeres.
Los
niveles de educación no varían significativamente por grupo, =
con
la educación primaria completa apuntando como la proporción
más alta en todos los grupos. Sin embargo, dentro de esta similitud,=
el
clúster de Jefes de Hogar (Provincias y Comarcas) reporta el nivel de
educación más bajo. 42.1% de los jefes de hogares de este
clúster tienen la primaria completa como su nivel educativo. Este
porcentaje es de 18.3% para el clúster de Jefas de Hogar y 28.3% par=
a el
clúster de jefes de hogar de la Zona de Tránsito.
4.4. Vulnerabilidad y
exclusión
El
índice de vulnerabilidad entre los tres clústeres no presenta
grandes variaciones, pero sí aumenta en línea con nuestras
presuposiciones. Este índice es de 2.8 para el clúster Jefas =
de
Hogar, comparado a un 2.26 para el clúster Jefes de Hogar (Provincia=
y
Comarcas) y 1.8 para Jefes de Hogar (Zona de Tránsito). Es decir, los
hogares del clúster de Jefas de Hogar reportan más experienci=
as
de no tener los recursos para poder comer que los otros dos clústere=
s.
Sin embargo, esta condición de vulnerabilidad parece estar marcada p=
or
el lugar de residencia. Por ejemplo, solo el 15.9% de los hogares del
clúster Jefes de Hogar (Zona de Tránsito) reportaron dejar de
comer un día entero por falta de hambre. Esta proporción aume=
nta
a 42.7% para el otro grupo de Jefes de Hogar y 41.5% para el de Jefas de Ho=
gar.
Otros indicadores de vulnerabilidad también apuntan a diferencias
territoriales. Los hogares en el clúster de la Zona de Tránsi=
to
están menos propensos a experimentar derrumbes, inundaciones, mareja=
das
y vientos fuertes.
Un
indicador de exclusión que nos brinda la EPM es el porcentaje de hog=
ares
con internet fija. Los resultados sugieren que esta brecha se explica mejor=
por
el lugar de residencia y no por género. 22.3% del clúster Jef=
es
de Hogar (Zona de Tránsito) reportan tener esta herramienta de
comunicación. Esta proporción es de 6.8% para el otro
clúster de Jefes de Hogar y 9.1% para el clúster de Jefas de
Hogar. Esta situación también se refleja en el acceso a inter=
net
móvil. 62.3% de los hogares en el clúster de la Zona de
Tránsito cuentan con esta herramienta. Solo el 34.9% y 43.5% de los
clústeres de Jefes de Hogar (Provincia y Comarcas) y Jefas de Hogar
respectivamente reportan tener internet móvil.
Discusión y conclusiones<=
/span>
En este estudio hemos podido
cuantificar la posición de rezago de las jefas de hogar en la
informalidad. Esto se manifiesta en su limitado acceso al capital
económico y gran uso del capital social en comparación a hoga=
res
con jefatura masculina. Esta situación las deja en una situaci&oacut=
e;n
de fragilidad que complica el acceso de estos hogares a bienes y servicios
básicos.
Por otra parte, los capitales
institucionales, como los subsidios que provienen del sector público,
cumplen un importante rol asistencial garantizando un acceso a montos
monetarios que posibilitan unos mínimos para la subsistencia. Pero e=
ste
tipo de ayudas gubernamentales también deben cumplir otro rol: facil=
itar
la autonomía y el desarrollo de capacidades para que la y el sujeto =
de
esta ayuda no dependa permanentemente de esta, consiguiendo que los ingresos
del hogar estén determinados en mayor medida por los capitales
económicos. Y dentro de
quienes trabajan en el sector informal, existen condiciones más
precarias en cuanto al capital económico, ocupación,
educación y condiciones de vulnerabilidad y exclusión por raz=
ones
de territorialidad (jefes de hogares de provincias y comarcas). El 67% de l=
os
hogares en la informalidad laboral está ubicado fuera de la Zona de
Tránsito y son las mujeres de las provincias y comarcas quienes
experimentan la mayor tasa de informalidad en Panamá. Al mismo tiemp=
o,
este dato refleja el alto grado de vulnerabilidad de jefes y jefas de hogar
fuera de la zona de tránsito, quienes, al no contar con seguridad so=
cial,
tienen limitadas sus posibilidades de acceder a una pensión de vejez,
llevando a estas personas al trabajo hasta edades avanzadas, a la extrema
pobreza y a la dependencia en su adultez mayor.
A manera metodológica, la=
EPM
aporta información insuficiente sobre la dimensión de
género. El hecho de que la encuesta posea un 23% de ocupaciones de
mujeres sin categorizar apunta a la necesidad de incluir la perspectiva de
género al diseñar e implementar este tipo de encuestas. Esto =
implica
deconstruir los paradigmas con los cuales se han hecho las encuestas
históricamente e incluir otras categorías que permitan explor=
ar,
conocer y visibilizar las diferentes actividades económicas y trabaj=
os
que realizan las mujeres y las personas en sus diversas dimensiones demogr&=
aacute;ficas.
Al respecto nos referimos a la necesidad de: a) que haya una
desagregación de la categoría 20 de la EPM del INEC (consiste=
nte
en actividades de los hogares como empleadores, actividades no diferenciada=
s de
los hogares como productores de bienes y servicios para uso propio), donde =
el
89.7% de las personas ocupadas son mujeres. Intuimos que la amplitud de esta
categoría combina e invisibiliza trabajos remunerados que realizan l=
as
mujeres y que no están contempladas en otras categorías de la
encuesta, entre los que están, sin limitarse a ellas: trabajos a
destajo, domicilio, trabajo doméstico, trabajos en negocios familiar=
es,
servicios domésticos y de limpieza, entre otros; b) que la EPM trans=
ite
a formas de autoidentificación cónsonas con la realidad de las
familias contemporáneas. Si bien es cierto, reconocemos que para efe=
ctos
de esta investigación los resultados de la consulta sobre quié=
;n
es el jefe o jefa de hogar fueron útiles porque nos permitió
tener una compresión próxima de la vivencia de los hogares de=
la
informalidad, esta pregunta de autoidentificación adolece de una
perspectiva de género desde su formulación. En particular, pa=
rte
de la suposición de que las familias son verticales y heteronormativ=
as
basadas en una familia nuclear en donde una persona es proveedora y las otr=
as
receptoras de esa provisión. Las organizaciones familiares o la
experiencia en los hogares en la actualidad son diversas en su
composición y también en la forma de distribuir sus roles y
funciones, razón por la que se sugiere que se transite a preguntas q=
ue
recojan las diversas dinámicas familiares modernas. Esto implica que=
la
EPM pudiese diseñarse no ya desde el jefe o jefa, sino desde un
análisis de los hogares complementados con las distintas funciones y
aportes que realizan las personas que les integran, sin suponer que una per=
sona
desempeña la totalidad de estos en el hogar.
Finalmente, en términos de
políticas públicas, se sugiere la necesidad de establecer
políticas y programas de trabajo con enfoque de género en el
sector informal que consideren entre otras cosas: a) el acceso universal a =
la
protección social mediante mecanismos contributivos y no contributiv=
os
que generen condiciones favorables de acceso a las trabajadoras del sector
informal; b) ampliar la cobertura de los cuidados de manera accesible tanto
económica y territorialmente y con flexibilidad de horarios. Esto
requiere tener políticas de cuidado incluyentes de las trabajadoras =
del
sector informal para reducir las probabilidades que tengan que aceptar empl=
eos
de baja calidad, precarios y mal pagados; c) reforzar programas de desarrol=
lo
de las capacidades laborales de las trabajadoras informales remuneradas, fi=
nanciado
mediante un porcentaje fijo que se pueda extraer del seguro educativo que p=
agan
las y los contribuyentes en el país. Al mismo tiempo, y dado que son=
las
mujeres quienes tienden a depender más del capital institucional, se
sugiere fortificar los mecanismos de mejoramiento de las capacidades que los
programas sociales exigen, a través de programas más activos y
mediante seguimiento y fiscalización de cumplimiento de estos; d)
fomentar la organización de las mujeres del sector informal para
fortalecerlas en las diversas actividades en que se desarrollan, exigir uno=
s mínimos
laborales, disminuir la explotación laboral, mejorar sus capacidades
y procurar optimizar sus
condiciones de trabajo y vida.
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[1] Para
efectos de este artículo se entiende por trabajo, al conjunto de
actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios en u=
na
economía, o que satisfacen las necesidades de una comunidad o proveen
los medios de sustento necesarios para los individuos. Y por empleo se
comprende al trabajo efectuado a cambio de pago (salario, sueldo, comisione=
s,
propinas, pagos a destajo o pagos en especie). (OIT, 2021). Se comprende
también que el trabajo puede ser realizado de forma remunerada y no
remunerada, tanto en la formalidad como en la informalidad. No obstante, es=
te
estudio se basa fundamentalmente en el trabajo remunerado en el sector
informal. Cuando no sea así, se precisará.
Nel=
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Pens. Crit.(ISSN 1812-3864; eISSN 2644-4119)
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Enero – Abril 2022. pp. 32 -50
DOI: =
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Artículo Científi=
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