MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D5C644.D5331C30" Este documento es una página web de un solo archivo, también conocido como archivo de almacenamiento web. Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos, como Windows® Internet Explorer®. ------=_NextPart_01D5C644.D5331C30 Content-Location: file:///C:/4478122E/05EnsayoCarlosGuevaraMann.htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="us-ascii"
“Panamá en 1968”
Pa=
labras
del Dr. Carlos Guevara Mann en el evento académico
=
=
8220;Reflexiones
Históricas a los 50 años del 11 de octubre de 1968”
Ce=
ntro
de Convenciones Ciudad del Saber
Pa=
namá,
11 de octubre de 2018.
*Autor para correspondencia. Email: cguevara@fsu.edu
Recibido: 18 de oct=
ubre
de 2018
Aceptado: 16 de nov=
iembre
de 2018
_________________________________________________________=
____________________
Señoras y seño=
res:
“Euforia” y
“expectativa” son palabras que podrían describir el
ánimo general en Panamá cincuenta años atrás, a
inicios de octubre de 1968. La
noche del viernes, 11 de octubre, el Dr. Arnulfo Arias Madrid concluí=
;a
su undécimo día en la presidencia de la República con =
una
visita al teatro Lux, situado en el entonces atractivo barrio de La
Exposición, de esta capital, adonde acudió para asistir a una
función cinematográfica.[1] Pocos días antes, hab&iacut=
e;a
jurado, por tercera vez en su accidentada trayectoria política,
“cumplir fielmente la Constitución y las leyes de la
República” en el ejercicio de la primera magistratura de la
Nación. Juró su=
cargo
en un multitudinario acontecimiento en que las masas que lo apoyaban rebosa=
ron
de regocijo. Esa toma de
posesión del Dr. Arias fue “la hora del pueblo”, la
excitante culminación de una jornada en que los adversarios del caud=
illo
habían empleado todas las malas artes a su alcance, incluyendo la
coacción y la manipulación electoral, para obstaculizar el
triunfo de quien era el adalid de muchos sectores populares.2
En esos intentos por impedir=
el
ascenso de Arnulfo Arias había participado, visiblemente, la Guardia
Nacional, cuya oficialidad le era mayoritariamente adversa desde aquel
tormentoso 10 de mayo de 1951 cuando, en una conflagración sin prece=
dentes
en la historia panameña, el presidente de la República y la
Policía Nacional se enfrentaron a tiros para dirimir la remoci&oacut=
e;n
del cargo del primer mandatario, decretada por la Asamblea Nacional. Quien entonces, esmirriado y
ensangrentado, fuera expulsado de la residencia presidencial, tildando de
traidores a los policías que lo vencieron y advirtiendo que
volvería, había vuelto, efectivamente, en gran medida gracias=
a
un movimiento ciudadano y a la presión estadounidense ejercida sobre=
la
Guardia Nacional para que la organización armada no siguiera
entorpeciendo su reingreso a la casa de gobierno. Lo logró en 1968 gracias a =
un
masivo apoyo popular, pero, también, al respaldo de sectores
económicos que antes lo habían adversado.
En 1968, quizás
más que antes, su reputación de héroe de las causas
populares, paladín de las masas irredentas, del campesinado posterga=
do y
de los inquilinos de las decrépitas casas de alquiler de nuestras
principales ciudades, lo catapultó a la cima de los afectos populare=
s,
tal cual lo testimoniaba la contagiosa tamborera que le sirvió de hi=
mno
de campaña:
=
8220;Arnulfo
es el hombre fuerte que necesita la patria;
lo
quieran o no lo quieran, Arnulfo siempre les gana”2.
Según la Dra. Brittma=
rie
Janson Pérez, decana de los antropólogos panameños, cu=
ya
esclarecedora obra Panamá pr=
otesta
debería ser lectura obligada en los colegios secundarios y las
universidades del país,
“…la ceremonia de toma de
posesión del presidente Arnulfo Arias, el martes 1 de octubre de 196=
8,
se convirtió en una masiva y espontánea explosión de a=
poyo
popular … No fue una celebración organizada—contin&uacut=
e;a
la Dra. Janson. La gente fue =
por su
cuenta, llenando las calles alrededor de la Asamblea Nacional y la Avenida
Central desde antes de la Casa Müller hasta la Presidencia. En toda la ciudad se veían =
los
colores panameñistas, amarillo, rojo y morado … Era impresiona=
nte
ver la masa humana que se había apoderado de las calles … Era =
como
un carnaval, con el mismo espíritu contagioso de celebración.=
..”4
El ánimo eufór=
ico
que mantuvo su vigencia durante varios días después del 1 de
octubre guarda relación, en primera instancia, con el liderazgo
carismático del Dr. Arnulfo Arias, uno de los rasgos sobresalientes =
de
su personalidad. En su estudio
sobre las distintas formas de autoridad legítima, el célebre
sociólogo alemán, Max Weber, describe el liderazgo
carismático como un fenómeno político caracterizado po=
r el
apego incondicional de los seguidores a un individuo considerado extraordin=
ario
e imbuido de poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanas o
excepcionales. Estas cualidad=
es no
son comunes a las personas corrientes; por el contrario, se las considera de
origen divino o ejemplar, y, sobre esta base, se trata como líder al
individuo que las posee.[2]
El liderazgo de Arnulfo Arias, desde que irrumpió =
en
el escenario político a la cabeza del golpe de Estado del 2 de enero=
de
1931 y hasta su deceso, el 10 de agosto de 1988, se acerca al tipo puro de
autoridad carismática descrito por Max Weber. Esta cualidad, que explica la emot=
ividad
y la efervescencia prevalecientes en el talante colectivo panameño en
1968, es reconocida hasta por sus adversarios. Ciertamente, en su obra sobre las
negociaciones canaleras, el destacado geógrafo e intelectual, Dr. Om=
ar
Jaén Suárez, describe a Arnulfo Arias como excelente
“candidato de oposición al gobierno para un electorado
panameño poco racional, sensible a su carisma, ávido de magia=
y
providencialismo …”[3],[4]
La emotividad, la irracional=
idad
y la poca o nula institucionalización del liderazgo carismáti=
co
sugieren un ejercicio del poder precario, efímero y poco arraigado p=
or
dirigentes políticos quienes, como Arnulfo Arias, gozan de un carisma
especial. Es este uno de los
factores que explican no solo el masivo y emotivo respaldo a su candidatura=
en
1968, sino—además—el rápido derrumbe de su
presidencia cincuenta años atrás en esta fecha. Dicho punto es de especial
consideración en el análisis de los acontecimientos del 11 de
octubre de 1968.
La caída de un lidera=
zgo
en la cúspide de su prestigio es un asunto intrigante. Se explica, por una parte, por la
naturaleza de la relación entre el Dr. Arias y sus seguidores como y=
a ha
sido expuesta: esencialmente emotiva, poco estructurada, falta de
organización. Por otro=
lado,
se entiende por la propia personalidad de Arnulfo Arias quien, obnubilado p=
or
su encumbramiento, descuidó las realidades del frágil equilib=
rio
de poder existente en Panamá.
No sólo el Dr. Arias, sino sus allegados, individuos de escasa
competencia para los asuntos de Estado, carecieron del discernimiento y la
sagacidad necesarios para mantener el poder en una coyuntura tan riesgosa. =
Koster y Sánchez
Borbón, por cierto, narran cómo, al tener conocimiento de
extraños movimientos militares en la frontera, en la tarde del 11 de
octubre, el profesor José Joaquín Trejos, presidente de Costa
Rica, telefoneó al Dr. Arias para advertirle de posibles peligros. En lugar del Dr. Arias atendi&oacu=
te; la
llamada el ministro de la Presidencia, Hildebrando Nicosia, quien
aseguró al presidente Trejos que el gobierno panameño
tenía el control de los destinos nacionales.[5]
Pocas horas más tarde=
, un
edecán interrumpiría al Dr. Arias en su función
cinematográfica para informarle que el jefe militar en Chiriqu&iacut=
e;,
Boris Martínez, había emitido una proclama radial anunciando =
el
derrocamiento del gobierno constitucional.=
El presidente Arias abandonó rápidamente la sala de ci=
ne,
subió a un vehículo y, tras recorrer la ciudad, evidenci&oacu=
te;
que los puntos neurálgicos de la capital—el cuartel central de=
la
Guardia Nacional, la presidencia de la República—habían
sido ocupados por los golpistas. Tomó
entonces una decisión que selló no solo su futuro, sino el del
país. Dispuso cruzar a=
la
Zona del Canal, territorio panameño bajo jurisdicción de Esta=
dos
Unidos. Esa decisión n=
o solo
desmotivó a sus seguidores, sino que lo convirtió en prisione=
ro
del Gobierno estadounidense. =
Al
cruzar a la Zona del Canal, su causa ya estaba perdida. Es menos engorroso llegar a
estas conclusiones en retrospectiva, cincuenta años después d=
el
evento, que en los candentes momentos en que sucedían los hechos.
Indudablemente, en el esfuer=
zo
por comprender la dramática concatenación de eventos que
condujeron, con inusitada rapidez, a la instauración de la primera y
única dictadura militar del siglo veinte, hay que añadir, al
exceso de confianza demostrada por el Dr. Arias en su propio prestigio, su
exceso de confianza en Estados Unidos.&nbs=
p;
El derrocado presidente abrigaba la esperanza de que, en vista de la
obsequiosa simpatía que como presidente electo le habían
demostrado varios representantes del Coloso del Norte y en virtud de la
influencia que Washington ejercía sobre la Guardia Nacional, Estados
Unidos presionaría a los militares para que se replegaran y permitie=
ran
su retorno al poder.
Fue ese otro error de
cálculo respecto a una relación complicada a cuya
conducción Estados Unidos ha aplicado, la mayoría de las vece=
s,
un frío pragmatismo apartado de valoraciones democráticas o de
consideraciones sobre derechos humanos.&nb=
sp;
En 1968, a Estados Unidos le importaba poco el Dr. Arias, como perso=
naje
o el pueblo panameño, como colectividad humana. Es más, desde los añ=
os
cuarenta, desconfiaba de Arnulfo Arias,[6] Lo que sí le importaba a
Washington era proteger sus intereses en el istmo, particularmente el canal=
y
las bases militares.
El control de estos
“activos”—como solían llamarlos los analistas del
gobierno estadounidense—se veía amenazado por circunstancias
internacionales y locales. En
muchas partes del mundo, el auge del nacionalismo y el marxismo, impulsado =
en
ocasiones por la Unión Soviética y, en menor escala, por Chin=
a,
ponía en riesgo la preponderancia estadounidense. En 1956, una dictadura nacionalist=
a en
Egipto arrebató a los ingleses el control del canal de Suez, ejercido
por Gran Bretaña desde 1875.
En 1959, el triunfo guerrillero en Cuba contra la dictadura respalda=
da
por Washington causó un trauma enorme que, en gran medida, no se sup=
era
aún seis décadas después de aquel suceso.
Los años sesenta fuer=
on
de mucha actividad revolucionaria, en Asia, África y
América. Estados Unido=
s se
involucró crecientemente en la guerra civil de Viet Nam y en el comb=
ate
a la guerrilla marxista en América Latina. Para ayudar a los gobiernos a derr=
otar
la insurgencia, adoptó dos políticas complementarias. Por una parte, apoyó el
desarrollo socioeconómico a través de iniciativas como la Ali=
anza
para el Progreso. Por otra,
asumió el entrenamiento y equipamiento militar de los ejércit=
os
de América Latina para actividades de contrainsurgencia.
Esta agitación
internacional, someramente descrita, tuvo reverberaciones en
Panamá. Con el paso de=
los
años y, en alguna manera, alentada por estímulos procedentes =
de
otras latitudes, la causa nacionalista, vigente desde los años veint=
e,
fue adquiriendo mayor impulso en el istmo.=
En 1964, los incidentes del 9, 10 y 11 de enero, en que la
población panameña, de forma espontánea, sin
coordinación ni organización, se enfrentó al
ejército de Estados Unidos para exteriorizar el repudio nacional a la
dominación estadounidense, alarmó a Washington. Temiendo en Panamá un desen=
lace
como el de Egipto o, peor aún, el de Cuba, el Coloso del Norte se
propuso, en ese momento, mejorar sus relaciones con Panamá. Por una parte, inició las
conversaciones que condujeron al proyecto de tratados de 1967: tres conveni=
os
que abarcaban el canal existente, las bases militares y un posible canal a =
nivel. A juicio de Washington, estos trat=
ados
lograrían proteger adecuadamente los intereses de Estados Unidos en
Panamá y, al mismo tiempo, apaciguar los ánimos nacionalistas=
en
el istmo.
Sin embargo, los sectores nacionalistas de Panamá se opusieron a dichos tratados. Washington concluyó que sol= o un liderazgo fuerte podría obtener la aprobación de los tratados popularmente denominados “tres en uno”. Desde esa perspectiva—y no d= e otra relacionada con principios democráticos o reivindicaciones populares—es que Washington podía considerar, en alguna medida= , la conveniencia de un liderazgo carismático como el de Arnulfo Arias. <= o:p>
Al tiempo que se propon&iacu=
te;a
situar sus “activos” en el istmo dentro de un marco jurí=
dico
aceptable para ambos países, pero que priorizara los intereses de
Estados Unidos, el Coloso del Norte dispuso estrechar sus vínculos c=
on
la Guardia Nacional para hacer de esta organización un socio m&aacut=
e;s
efectivo en la represión de amenazas a la hegemonía estadouni=
dense. A principios de la década, =
la
Guardia Nacional comenzó a recibir apoyo financiero de Estados Unidos
para la adquisición de equipos y entrenamientos. Junto con soldados de todo el
hemisferio, mucho personal de la Guardia recibió adiestramiento en la
Escuela de las Américas, localizada en las afueras de la ciudad de
Colón. Durante el gobi=
erno
del presidente Marco A. Robles (1964-1968) el aumento del pie de fuerza de =
la
Guardia Nacional fue directamente sufragado por Estados Unidos.[7]
Además, los organismos de inteligencia de Estados
Unidos habían reclutado informantes entre los miembros de la Guardia
Nacional. Manuel Noriega, uno=
de
ellos, trabajaba para la CIA. Otro
de ellos, Omar Torrijos, estaba vinculado a la Brigada 470 de inteligencia
militar,[8] cuyo coordinador en
Panamá, Efraín Angueira, tuvo un papel en el golpe de 1968.[9]
De esta manera, la Guardia
Nacional que derrocó al Dr. Arias del poder, el 11 de octubre de 196=
8,
era, quizás, un socio más confiable para Estados Unidos que
Arnulfo Arias, porque la oficialidad de la Guardia estaba ligada al Comando=
Sur
mediante nexos profesionales, económicos y personales. Arnulfo Arias convenía a Es=
tados
Unidos mientras lograra mantenerse en el poder por sus propios medios. Fuera del poder, no tenía n=
inguna
utilidad para el Coloso del Norte.
Por otra parte, un gobierno =
de
la Guardia Nacional sería más conveniente a Estados Unidos qu=
e el
de un liderazgo personalista, emotivo e inestable, sin sólidas bases=
de
respaldo en la población más allá de la emoción=
que
inspiraba en sus seguidores. =
Ese
fue el cálculo estadounidense en octubre de 1968, que Arnulfo Arias =
no
advirtió. Su derrumbe =
del
poder abrió las puertas a un estrechamiento de las relaciones entre
Estados Unidos y la Guardia Nacional, así como al apoyo incondiciona=
l al
régimen militar panameño casi hasta su final, en las
postrimerías de la década de 1980.
Damas y caballeros:
Mucha de la expectativa que =
se
respiraba en el ambiente panameño en octubre de 1968 guardaba
relación con el desenlace que tendría la evidente
confrontación entre el presidente Arias y la oficialidad de la Guard=
ia
Nacional. Como parte de un pa=
cto
negociado para asegurar que el organismo armado no impidiera la toma de
posesión del Dr. Arias, se había acordado la jubilació=
n de
Bolívar Vallarino, primer comandante de la Guardia Nacional desde 19=
53 y
su reemplazo de acuerdo con el escalafón. Este fue un acuerdo informal, sin
validez legal, puesto que nunca puede perderse de vista que según la
Constitución vigente—promulgada en 1946—y la Ley
Orgánica de la Guardia Nacional, el presidente de la República
tenía plenas facultades para nombrar y separar libremente a los jefe=
s y
oficiales de la fuerza pública.&nbs=
p;
Ninguno de los cambios en la jefatura de la Guardia Nacional, decret=
ados
por el presidente Arias en ejercicio de sus facultades constitucionales, fue
ilegal o arbitrario.
Sin embargo, a inicios de
octubre de 1968, la situación que se planteaba no era de tipo
constitucional, sino político.
El liderazgo carismático y personalista del Dr. Arias se
enfrentaba a los intereses sectarios de la oficialidad de la Guardia Nacion=
al y
de los grupos de poder que la respaldaban.=
Por lo tanto, carece de todo sustento aquella peregrina especie
según la cual el golpe tenía justificación en vista de
supuestos “abusos de poder” y violaciones a la Constituci&oacut=
e;n
por el presidente Arnulfo Arias durante los once días de su tercero y
último gobierno.
Un golpista, informante de la
inteligencia militar estadounidense, cómplice de crímenes de =
lesa
humanidad y, posteriormente, dictador por un breve período antes de =
que
fuese desbancado por un sucesor más astuto en el ejercicio del poder
absoluto, se ha quejado de que él y sus compañeros de armas
fueron “humillados” por
Arnulfo Arias y sus colaboradores.[10] ¿De cuándo acá=
; es
una “humillación” razón justificada para violar la
Constitución de la República? Esa, sin embargo, es la clase de
“razonamientos” que los panameños hemos padecido durante
cincuenta años de bombardeo propagandístico y degradaci&oacut=
e;n
intelectual.
Otra especie, aún
más difundida y que gran parte de la población aún toma
como buena, es que el cuartelazo de 1968 se produjo en respuesta a las
críticas condiciones políticas y socioeconómicas del
país. Según esta versión, también falsa, los
militares usurparon el poder en seguimiento de una agenda cuya
implementación traería como resultado una serie de
reivindicaciones socioeconómicas y nacionalistas largamente anheladas
por el pueblo panameño.
Más allá de lo que proclaman los promotores del
régimen, la evidencia contundente es que los militares derrocaron al=
Dr.
Arias porque este amenazaba el aprovechamiento de toda una serie de negocios
ilícitos en que la oficialidad de la Guardia Nacional tenía
muchas décadas de estar involucrada. Esos negociados irregulares abarca=
ban
desde la lotería clandestina y la prostitución hasta el
tráfico de armas y drogas.[11]
Desde sus inicios, como lo
plantea el profesor Naylor (arriba citado), la Guardia Nacional fue una
organización mafiosa.
Continuó siéndolo y aumentando su criminalidad durante
todo el período militar, aún más evidentemente a parti=
r de
su transformación en Fuerzas de Defensa (1983), hasta su aniquilamie=
nto
en 1989. Tras un parén=
tesis
en los primeros gobiernos del período democrático, hoy, los
organismos que han sucedido a aquella organización mafiosa en la
supuesta salvaguarda de los derechos y la seguridad de los panameños
están nuevamente envueltos en actos de corrupción e
ilegalidades. Nada bueno para=
el
desarrollo nacional presagia esa proclividad de nuestros cuerpos de segurid=
ad,
que las autoridades civiles no parecen capaces de controlar.
Distinguido público:<=
span
style=3D'mso-spacerun:yes'>
En su afán por justif=
icar
el cuartelazo, los partidarios del golpe militar desacreditan el antiguo
régimen como un sistema de entreguismo y venalidad. Aunque muchos eran los defectos del
sistema político que cincuenta años atrás sucumbi&oacu=
te;
al zarpazo castrense, bajo ese sistema jamás fueron abolidos los
partidos políticos, eliminados los medios independientes y
sistemáticamente perseguidos los opositores hasta el exilio, la tort=
ura
o el asesinato, como ocurrió en Panamá a partir del 11 de oct=
ubre
de 1968. Aun así, los
alabarderos de la tiranía preguntan con desprecio:
“¿Qué democracia había hasta el año de
1968?”
La respuesta, fundamentada en
datos ciertos, es que entre 1903 y 1968 la situación política=
del
país fue considerablemente más democrática que entre 1=
968
y 1989. Polity IV, la base de=
datos
más amplia sobre condiciones políticas en los Estados
independientes, presenta importantes evidencias en este sentido.[12] Creada por Ted Robert Gurr, renomb=
rado
politólogo quien se destacó mundialmente por sus rigurosos
estudios sobre conflictividad e inestabilidad, Polity IV asigna a cada
país un puntaje entre -10 (altamente autoritario) y +10 (altamente
democrático).
Según Polity IV, el
puntaje asignado a Panamá entre 1903 y 1948 es -3; entre 1949 y 1954,
-1; y entre 1955 y 1967, +4, lo cual sugiere condiciones más
democráticas que autoritarias a la víspera del golpe. Entre los veinte Estados
latinoamericanos, solo Colombia, Costa Rica, Venezuela, Chile, Perú y
Uruguay tenían calificaciones más altas en 1967. A partir del cuartelazo, sin embar=
go, el
puntaje de Panamá decae inmediatamente a -7. Allí permanece hasta 1978, =
cuando
mejora un punto, a -6, para luego empeorar a -8 en 1987-1989, en los estert=
ores
de la tiranía.
¿Qué nos dicen
estos datos? Sin duda alguna,=
hasta
1968 Panamá fue un Estado más pluralista y liberal que durant=
e la
época dictatorial. El
régimen militar eliminó el pluralismo y extirpó el
contenido democrático de nuestro sistema político. Para contextualizar las cifras,
considérese que el puntaje de -7 asignado a Panamá entre 1968=
y
1977 es el mismo que Polity IV asigna a China desde 1976 hasta el
presente. En otras palabras,
durante la dictadura militar Panamá estuvo sometida a condiciones de
represión similares a las que imperan en China.
Algunos simpatizantes de la
tiranía arguyen que el autoritarismo corrupto era necesario para
producir reivindicaciones sociales y recuperar el ejercicio de la
soberanía en la Zona del Canal.&nbs=
p;
A lo primero se puede responder, con evidencias firmes, que la
situación socioeconómica empeoró en Panamá dura=
nte
la dictadura militar. As&iacu=
te; lo
plantean un informe del Banco Mundial producido en 1985 y el conocido estud=
io
de los doctores Zimbalist y Weeks (=
Panama
at the Crossroads, publicado en 1991).
Según el Banco Mundia=
l,
citado por la Dra. Betty Brannan Jaén (La Prensa, 6 de agosto de 2006), en 1983 la producción
agropecuaria había caído en 10% desde sus niveles de 1970.
Los prosélitos de la
tiranía afirman, además, que su líder obtuvo lo que el
antiguo régimen no fue capaz de conseguir: la entrega del canal y la
devolución de sus áreas aledañas. Lo cierto es que los principales l=
ogros
del Tratado del Canal de 1977—la abrogación de la
Convención del Canal Ístmico de 1903, el reconocimiento de la
soberanía panameña en la Zona del Canal, el establecimiento de
una administración conjunta (panameño-estadounidense) durante=
un
período de transición, la entrega de la vía
acuática a Panamá el 31 de diciembre de 1999 y la
desocupación de las bases militares estadounidenses—ya se
habían acordado en los proyectos de tratados redactados en 1967.
Si el antiguo régimen=
no
fue un dechado de virtudes, menos aún lo fue la dictadura. Sobre todo, nada justifica la
usurpación del poder público por un puñado de militares
corruptos y ensoberbecidos, en contubernio con civiles oportunistas.
Damas y caballeros:
No es posible reflexionar ac=
erca
de los eventos de 1968 sin examinar, al menos someramente, el legado del
régimen que se estableció en nuestro país cincuenta
años atrás, que perduró por dos décadas y cuyas
emanaciones aún condicionan la vida política en Panamá=
. Si la dictadura enalteció a=
los
militares, a sus familiares y colaboradores, convirtiéndolos en una
oligarquía; si empobreció a las mayorías; y si
entregó el país a intereses foráneos; también es
cierto que creó un sistema político ajeno a la democracia lib=
eral
y al republicanismo, que constituían nuestras principales referencias
políticas hasta ese momento.
El nuevo sistema político engendrado por la dictadura a&uacut=
e;n
permanece vigente, porque en 1989 no hubo una auténtica ruptura con =
la
dictadura militar. Ning&uacut=
e;n
gobierno, ostensiblemente democrático, ha tenido la valentía =
de
promover un cambio que democratice nuestro edificio institucional de acuerdo
con parámetros liberales y republicanos.
La dictadura militar inaugur=
ada
el 11 de octubre de 1968 recurrió a las prácticas más
nefastas de la política istmeña para erigir sobre ellas su
edificio autoritario. Sobre d=
os
pilares fundamentales descansa ese edificio: la represión y la
corrupción. Como en ot=
ras
partes del continente sometidas a regímenes dictatoriales, esas eran=
las
claves para asegurar la obediencia del pueblo. Al que no se reprimía se lo
compraba. La aplicació=
n de
esta metodología perversa ha envilecido aún más nuestra
política, un fenómeno que, tal cual lo ha explicado la Dra.
Janson Pérez, suele ocurrir cuando el sistema desmantela al ciudadano
consciente de sus facultades para poner, en su lugar, al vasallo: al pordio=
sero
que aspira, no a ejercer sus derechos, sino a recibir las migajas que
arrogantemente le avienta el amo desde su bien surtida mesa.[14]
Como lo ha sustentado el Dr.
Carlos Bolívar Pedreschi, la dictadura castrense sometió al
Estado panameño a la voluntad personal del jefe militar.[15] A diferencia de otros regím=
enes
más burdos (pero, por ello mismo, perversamente transparentes), la
dictadura istmeña intentó disimular su naturaleza corrupta y
arbitraria poniéndoles una máscara nacionalista, populista y
constitucional a sus sistemáticas persecuciones, torturas, exilios y
asesinatos de opositores. El
constitucionalismo dictatorial, como nos lo recuerda el Dr. Miguel Antonio
Bernal,[16] aumentó la
concentración del poder público en un Ejecutivo entonces some=
tido
a los dictámenes del cuartel central; supeditó el órga=
no
judicial a los caprichos de los tiranos; desarticuló el servicio civ=
il,
convirtiendo al sector público en dominio del lumpen, como bien lo
expresó el finado constitucionalista Humberto E. Ricord;[17] y desbarató el
régimen municipal, históricamente promovido por el Dr. Justo
Arosemena, padre de nuestra nacionalidad, como punto focal de la vida
ciudadana.[18]
Ciertamente, la
destrucción del municipio, compuesto por concejales elegidos mediante
representación proporcional, quienes ejercían funciones
legislativas y fiscalizadoras, es uno de los aspectos más dañ=
inos
e impactantes de la constitución militarista. En su lugar, la dictadura impuso a=
505
representantes de corregimientos o repartidores de los dineros públi=
cos
que al dictador le daba la gana de despilfarrar. Como ese sistema dio tan buenos
resultados para ejercer el control clientelista de la población, se
recurrió a él cuando, en 1983, el déspota de turno dec=
idió
que había que remozar la máscara de la tiranía. Instauróse así una
Asamblea Legislativa compuesta por 67 legisladores, creados a imagen y
semejanza de los representantes de corregimientos, con partidas circuitales
incluidas. El pueblo
rápidamente los rebautizó.&n=
bsp;
En adelante, serían “legisladrones”.
Cuando nos quejamos hoy del
grave desarreglo institucional—del hiperpresidencialismo que previene=
la
acción justa y eficiente del Estado; de la arbitrariedad de funciona=
rios
convertidos en tiranuelos; de una burocracia ineficiente, ramplona y coimer=
a;
de jueces prevaricadores y fiscales avasalladores; de diputados, alcaldes y
representantes corruptos; y del clientelismo y la corrupción que tod=
o lo
envuelven—haríamos bien en mirar hacia el período milit=
ar
para encontrar allí una fuente importante de muchos de los problemas=
que
nos preocupan.
Señoras y seño=
res:
No sería correcto hab=
lar
del golpe militar que aniquiló el contenido democrático de
nuestro sistema político sin mencionar a los héroes de la dem=
ocracia
que pusieron en riesgo y, en algunos casos, ofrendaron sus vidas para mante=
ner
viva la llama de la libertad, enfrentándose a la represión de=
la
Guardia Nacional. Hay entre e=
sos héroes,
dirigentes políticos de los que no se entregaron a la dictadura, pues
muchos se dejaron seducir por las comodidades y oportunidades de
figuración de quienes el 11 de octubre de 1968, se apoderaron del
país. Varios son los que habría que mencionar en este sentido,
pero recuerdo con particular gratitud al Dr. Carlos Iván
Zúñiga, apóstol de la democracia y el nacionalismo,
así como al inolvidable profesor Alberto Quirós Guardia, luch=
ador
incansable por la afirmación nacional.
Un gran servicio hasta el
sacrificio personal rindieron a la Nación los integrantes de la
nómina presidencial que en 1989 enfrentó a la tiranía
norieguista: Guillermo Endara Galimany, Ricardo Arias Calderón y
Guillermo Ford Boyd. Pero,
además de estos nombres conocidos, hay, también, estudiantes,
sindicalistas, profesionales de clase media, campesinos y mujeres. Inmediatamente después del =
golpe,
grupos irregulares, algunos, partidarios del Dr. Arias y otros, de tendencia
izquierdista, tomaron las armas para combatir la dictadura. Las guerrillas panameñistas
funcionaron en el occidente de la provincia de Chiriquí, cerca de la
frontera con Costa Rica y la serranía de Coclé, en la zona de=
Las
Huacas de Quije. Las guerrill=
as
izquierdistas tuvieron células urbanas y rurales, en las inmediacion=
es
de Cerro Azul. Todas fueron
destruidas por la Guardia Nacional, en ocasiones, con apoyo estadounidense.=
Otros grupos recurrieron a
medios pacíficos para lograr concienciar a la ciudadanía al
respecto de los peligros que entraña la conculcación de derec=
hos
y el gobierno autoritario. En=
tre
estos, merecen especial mención las redactoras de El Grito, un modesto periódico clandestino que
circuló entre diciembre de 1968 y 1972, durante cuatro años,
cuando todos los medios de comunicación estuvieron sometidos a
férreas medidas de control.
Con gran esfuerzo, estas mujeres admirables lograron burlar la segur=
idad
del Estado y mantenerse en el anonimato sin que fuesen descubiertas. Las mujeres de El Grito dieron impulso en Panamá a la protesta
pacífica, adscrita a los principios del constitucionalismo
democrático, el republicanismo y los derechos humanos. En los años siguientes, en =
la
medida que la dictadura acumulaba desmanes, torturaba y desaparecía a
sus opositores, asaltaba el erario y ponía los recursos del Estado al
servicio del crimen organizado, el pueblo panameño, cada vez m&aacut=
e;s
envalentonado y consciente de sus derechos, recurriría a esta
tradición de protesta pacífica para exigir justicia, democrac=
ia y
libertad.[19]
En momentos en que nos
panameños nos quejamos amargamente de un sistema político,
heredado de la dictadura, que no responde a nuestras necesidades y que no
contribuye a enrumbarnos por las sendas del bienestar común, el ejem=
plo
de los valientes ciudadanos que durante veintiún años lucharon
por lograr la restauración de la democracia puede—y
debe—acompañarnos en los esfuerzos por conseguir un país
más honesto, equitativo, libre y democrático.
[1] Richard Koster y Guillermo Sánchez Borbón, In the Time of the Tyrants: Panama, 1968-1990 (New York: W.W. Norton, 1990), págs. = 77-78. 2 Brittmarie Janson Pérez, En nuestras propias voces: Panamá protesta, 1968-1989 (Panamá: Instituto de Estudios Políticos e Internacionales, 1993), págs. 21, 26-27.
[2] Max Weber, Economy
and Society: An Outline of Interpretive Sociology, editado por Guenther
Roth y Claus Wittich (Berkeley: University of California Press, 1978 [1922]=
),
pág. 241.
[3] Omar Jaén Suárez, Las negociaciones de= los tratados Torrijos-Carter, 1970-1979, tomo I (Panamá: Autoridad del Canal = de Panamá, 2005), pág.
[4]=
Max Weber, Economy and
Society: An Outline of Interpretive Sociology, editado por Guenther Roth y
Claus Wittich (Berkeley: University of California Press, 1978 [1922]),
pág. 241.
6 Omar Jaén Suárez, Las negociaciones de los tratados Torrijos-Carter, 1970-1979, tomo I (Panamá: Autoridad del Canal de Panamá, 2005), pág. 37.
7 Richard Koster y Guillermo Sánchez
Borbón, In the Time of the Tyrants, pág. 73.
8 Conversación, años atrás, con Rosario Arias de Galindo= .
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10
[10] “Nos humillaron”, Suplemento “40 años del golpe (1968-2008)”, La Prensa, = 11 de octubre de 2008.
[11] R. Thomas Naylor, Economic Warfare: Sanctions, Embargo Busting, and Their Human Cost<=
/i>
(Boston: Northeast University Press, 1999), p. 215.
[12] Ver la base de datos “Polity IV”, en https://www.systemicpeace.org/polity/polity4.htm, acceso: 11 de octubre de 2018.
[13] Betty Brannan Jaén, “No a la deificación de Omar Torrijos”, La Prensa, 6 de agosto de 2006, en= https://impresa.prensa.com/opinion/deificacion-Omar-Torrijos_0_1806569470.html, acceso: 11 de octubre de 2018.
[14] Brittmarie Janson Pérez, “Otra vez, la alianza fatal”, El Panamá América, 20 de noviembre de 1998.
[15] Carlos Bolívar Pedreschi, “De la crisis nacional a las reformas constitucionales,= 221; Anuario de Derecho 12 (1983): 7= 7-94, en https://www.constitucion.gob.pa/tmp/file/53/CARLOS%= 20PEDRESCHI%20CRISIS%20NAC%20REFORMAS%20CONST.pdf, acceso: 11 de octubre de 2018.
[16] Miguel Antonio Bernal, Militarismo y administración de justicia (Panamá: Ediciones Nari, 1986)= .
[17] Humberto E. Ricord, Noriega y Panamá: orgía y aplastamiento de la narcodictadura (México: Edición del autor, 1991).
[18] Justo Arosemena, El Estado Federal de Panamá (Panamá: Asamblea Legislativa, 2003)= , en
http://www.justoarosemena.gob.pa/tmp/file/9/2003_ES= TADO_FEDERAL_DE_PANAMA_ED_ASAMBLEA_NAC.pdf, acceso: 11 de octubre de 2018.
[19] Carlos Guevara Mann y Britt=
marie
Janson Pérez, “El Grito: Four Years of Female Clandestine
Journalism against the Military Dictatorship in
Panama (1968-1972)= ”, Kellogg Institute Working Paper #373 (noviembre de 2010), en http://kellogg.nd.edu/publications/workingpapers/WP= S/373.pdf, acceso: 8 de noviembre de 2018.
Invest. pens.
crit. (ISSN 1812-3864)
Vol. 6, No. =
3,
septiembre- diciembre 2018
pp. 58-67
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